Capítulo II: Jauría, conflictos y romance
Pasamos a segundo grado. Otro comienzo donde quizá pueda hacer todo diferente. Intento hacerme amigo de los lobos, quiero que me dejen de molestar o al menos que me den pelea de frente. Así no estaré estresado, ansioso y cansado de todo (apenas tengo catorce), pero los muy mierdas tiran la piedra y esconden la mano como los pusilánimes que son. Lobos con piel de corderos. Cobardes irresponsables.
Me vuelvo más unido con las chicas. Coincide que en este ciclo escolar las autoridades deciden que las golosinas (los dulces, refrescos, galletas y papas fritas) son malas para la alimentación. Todos unos genios ¿verdad?
Prohíben su venta dentro de la escuela, entonces una de las chicas comienza a vender paletas y chicles. Comienzo a ayudar un poco (es agradable formar parte de un grupo en el que no soy una piñata), los alumnos de otros salones vienen al nuestro y hablo con otras personas, entre ellos los gorilas. Es bien sabido que el azúcar hace grandes amigos. La situación parece mejorar pues poco a poco me dejan de molestar, creen que si me tratan mal ya no les venderé dulces.
Un día los prefectos nos sorprenden con "la mercancía" en las mochilas, se me ocurre decir que son para una fiesta de cumpleaños, mí cumpleaños. Parece algo tonto, pero funciona, las respuestas sencillas no levantan sorpresa. Funciona tan bien que la prefecta me regala un panqué con una velita encendida. Aún hay buenas acciones en este mundo, pero son tan pocas que ni se notan. La faena es fenomenal y las chicas me agradecen, también el grupo de lobos-gorila. Así inicia una extraña forma de convivencia.
A estas alturas ya conozco -de oídas- muchos de los gustos de Sharon y de los asuntos que tiene con su familia. Ella junto a su hermanito y madre, se mudaron con sus abuelos. Ha tenido algunos problemas que no revela y no se los pregunto. Esta chica tiene conflictos que no puedo entender, ni me interesa, yo tengo los míos. Solo sé que extraña a su mejor amiga, una tal Alexia.
Que irónico, a Sharon le gusta lastimarse, se corta en las muñecas, brazos y piernas. Yo no necesito hacerme daño, los lobos ya lo hacen, aunque cada vez menos -quizá ahora tienen a otro pobre diablo a quien molestar o ya les aburrí- y trato de mezclarme en su grupo. La cuestión es que dejo de sentarme al frente del salón y paso a estar cerca de ellos, en la parte de atrás del lado más alejado de la puerta.
A los lobos les va gustando mi humor sarcástico y la forma en que critico a los profesores (humillación y crueldad). Así pasan las semanas y un día, me invitan a pasar el recreo con ellos. Nos vamos a molestar a los de primer grado.
Todo parece mejorar, me llevo mejor que nunca con Silvia. Ella se sienta delante de mí. Pero como suele ser, la chica más bonita atrae a los que quieren la miel. En el salón hay un tipo alto, el típico deportista de hombros anchos al que le cae bien a todos; ni sé por qué pues se la pasa sudado y huele mal. Es asqueroso. Como sea, tiene algo que le atrae a Silvia. Quizá las chicas se fijan en el tipo a cargo, no lo sé, así parece ser. La cuestión es que Julio, el atleta, comienza a rondar a Silvia. Los veo platicar y llevarse muy bien. Obviamente tenemos roces. No me gusta que esté cerca de ella.
Por otra parte, los gorilas vuelven a tener esa actitud pesada, pero ahora es rollo <<Eh, somos amigos, no te vas a enojar por eso ¿verdad?>> y es molesto, pero sé que si soy honesto se meterán conmigo con más saña que antes.
Sharon se la pasa platicando sobre esa película que no me gusta -al parecer ahora está enojada con la tal Alexia- y ella es muy resentida con ese tema así que no tengo oportunidad de decirle la verdad. No voy a arriesgar la poca amistad que tengo con ella.
Para mitad de año ya he tenido varios roces con Julio el grandulón. El típico intercambio de palabras y miradas que -a la distancia parecen anécdotas de risa, pero en ese momento- me calientan la sangre. Un día, durante el receso, Silvia y sus amigas salen a la tiendita (para este momento del año han levantado la prohibición de los dulces, creo que los encargados de la tiendita se quejaron a algo así) llega Julio con una actitud muy altanera reclamándome sobre las cercanías para con Silvia. El sudado siente que tiene algún tipo de autoridad sobre ella.
El asunto pasa de palabras a lo físico, me toma por la parte interna de los codos y me levanta (me lleva varios centímetros de altura ¿por qué todos son más altos? y algunos kilos de ventaja) apoyándome contra la pared. Puedo ver sus ojos inyectados en sangre, rabia desmedida. No son los primeros ojos que me miran con ese odio irracional. Se escucha el timbre de entrada y le digo entre risas -no sé por qué me da risa estar en peligro, serán los nervios- que debería usar desodorante pues al muy cerdo siempre se le notan las manchas de humedad bajo las axilas.
Julio me zarandea. Trato de patearlo, pero el sudado bloquea mi patada; decido escupirlo y cuando -asqueado e incrédulo- agacha la cabeza, me muevo como pez recién sacado del agua así que no tiene más remedio que soltarme. Ya en el suelo le doy un puñetazo con todas mis fuerzas, el golpe le sacude el mentón y remueve sus ideas (es fácil defenderse de un idiota a la vez). Justo cuando Julio trata de devolverme el golpe el profesor Ramírez nos mira y exige que nos detengamos so amenaza de expulsión.
Silvia fue testigo de todo, puedo ver la decepción en su mirada.
También me vio el grupo de grandulones. Todos ellos sonríen complacidos. Me siento bien al tener su aprobación.
Para la hora de salida Julio me espera para iniciar una pelea, pero lo prefectos -quienes ya sospechan algo- no le quitan el ojo de encima. A Julio no le queda más remedio que irse. Silvia apenas se despide de mí, Sharon actúa como siempre. Pero la gran sorpresa fue que Ángel, uno de los lobos, me dice que en la tarde se van a reunir en un parque de la ciudad, allí me esperarán. Di con la clave para caerles bien: no demostrar debilidad. Le contesto que allí estaré.
Por la tarde llego al sitio acordado. Encuentro a los lobos en una esquina fumando yerba. Sé a qué huele, no soy un imbécil. Parecen satisfechos porque asistí. Me ofrecen unos jalones, pero me niego. Eso molesta a Efrén (le dicen Popeye, se deducir el motivo) y sin avisar se abalanza sobre mí. De nuevo a los golpes.
Estar con ellos es como hallarse en medio de una jauría de perros, en un momento están estables y al otro se les bota una canica y todo se va a la mierda.... Intento defenderme de Efrén y aunque me cubro de algunos puñetazos, no puedo con la mayoría, no con todos a la vez. No soy un inútil, pero Efrén es un jodido loco y los jodidos locos suelen ser muy fuertes. Después de unos minutos de ser golpeado los demás se dignan a quitármelo de encima. Decido irme.
Al día siguiente en la escuela algunos gorilas -entre ellos Efrén- regresan a su antigua costumbre de joderme antes, durante y después de clases, también durante el receso. Silvia está molesta conmigo por lo de Julio (según ella no le gustan los chicos violentos. ¿Cómo le explico que yo no soy el violento, solo me defiendo? Si así me tratan mal ¿Cómo será si no respondo y me dejo?) y eso influye en que las chicas, poco a poco, dejen de hablarme.
Cada vez más me fastidia el saber qué es lo que me espera. Tengo la precognición de que algo malo va a pasar. Me corroe... La escuela se convierte más y más en una rutinaria mierda, de esas mierdas que apestan bien olorosas.
Mi madre nota la seriedad y desinterés en la escuela, las tareas, incluso en el ordenador que siempre me gustó. Desinterés en la vida en general. Estoy asustado, y así, en ese estado perturbado, tengo que pensar qué me conviene más: si continuar con la misma inercia en la que los gorilas me joden en cada maldito momento del día y seguir siendo amigo de Sharon, hablando ocasionalmente con Silvia o (y en esa "O" se tambalea mi perturbada salud mental) tratar de reivindicarme y comenzar a hacer el tonto para agradar a los lobos.
Ser fiel a mí mismo solo para soportar a los malditos lobos. Hacerme el estúpido para encajar en la miseria y mediocridad. Mi vida se acerca a un abismo. Me da miedo el abismo.
El momento de decidir llega antes de lo esperado. Desde que volvieron a vender frituras y refrescos, Sharon lleva sus botanas desde casa, a veces comparte una paleta o algo por el estilo. Su madre prepara ligeros, sanos y deliciosos sándwiches. Sharon parece sintonizarse con la vida. Tenemos pequeños buenos momentos, como chispas de chocolate en una enorme galleta. Apenas se notan. Son como esos datos de estadísticas que, aunque imperceptibles, están allí, pero tienen que buscarlos con lupa para encontrarlos.
Durante el receso, mientras todos compran o van al baño -apenas suena el timbre y todos salen apurados para ser los primeros en comprar, hay veces que alcanza el tiempo- el grupo de lobos se concentra en algo. Tengo la esperanza de que salgan pronto del salón, estoy esperando a Silvia. Quiero platicar con ella para explicarle algunas cosas, tengo ganas de hablar con ella, me consumen los celos y la percepción de estar perdiendo el tiempo. Como sea, los matones se dan cuenta de que ya es tarde para ir a la tiendita y deciden ir por su plan B.
Grandísimo idiota ¿Qué posibilidades tengo de hablar con la chica que me gusta?
Los lobos empiezan a bromear sobre pedir dinero a sus amigos, una forma de decir que me quieren robar el efectivo que no llevo. Hace tiempo que dejé de cargar dinero temiendo que me lo quitaran -por Dios que no me lo van a quitar-) entonces, cuando se acercan con intenciones perversas, menciono que Sharon lleva algo para comer. Mi revelación parece agradarles. Al abrir la mochila -una negra con el rostro de Jack Skellington- descubren un jugo de naranja, galletas del mismo sabor y un sándwich de pavo.
Veo su lunch. Se me estremece el estómago, sé que es para ayudarle a "criar" sangre. Sharon tiene algo en sus venas que le da ese tono pálido y cetrino (¿tendrá algo que ver que se corte?). No sé por qué no se lo ha comido. Quizá lo esté guardando para cuando llegue a casa. A veces no come.
Los lobos devoran todo en un santiamén. Me siento -de nuevo- en medio de una jauría insaciable. Mejor desvío su hambre a otros festines. Mejor otros que yo.
Quiero salir del salón mientras ellos comen lo robado, pero no lo permiten. Me advierten que si voy de chismoso se asegurarán de que no pueda delatar nada más, me tirarán los dientes o algo peor. Siento miedo, nervios y malestar en general. El miedo se apodera lentamente de mí. Me asusta lo que puedan hacer. El coraje crece junto con el miedo, odio sentirme como un cobarde.... Así que no salgo del salón, pero menciono que seremos los sospechosos. Algo dentro de sus diminutas mentes parece iluminarse y, por un momento, parecen conscientes. La mayoría de los lobos tiene historia de mal comportamiento y es bien sabido que una vez estas en la mira ya no se sale de allí.
El salón da a la explanada principal, esa en la que hacemos honores a la bandera cada maldito lunes por la mañana. Del lado derecho esta un fraccionamiento, detrás de la barda de dos metros donde los prefectos miran de vez en cuando cuidando que no haya parejitas besándose o alumnos fumando a escondidas. Salimos por la ventana que da a la franja de tierra. Antes de que Efrén se suba a un pupitre para salir por la ventana, me mira y me permite pasar primero. Después pensé que pudo haber sido una trampa para golpearme en el corredorcito ese, pero en el momento solo deseé salir, salvarme y evitar ver a Sharon.
Entramos del receso y minutos después llega la prefecta para preguntarnos -a todo el salón- qué ha ocurrido y si hemos visto algo. La investigación no da resultados pues cada uno es testigo de que alguien más está con otro que corrobora la historia. El grupo de los matones dijo que estaban conmigo y no vieron nada. Para ser honestos, nada les impedía echarme la culpa ya que soy el único que sé que Sharon no sacó sus cosas -¡Soy el único que sé que llevaba lonche! - pero es casi como si me protegieran.
En las siguientes clases Sharon me pregunta una y otra vez si he visto algo. No sé de dónde saco el valor para darle negativas y hacerme el tonto. Ella fue la primera que me habló y la he traicionado. Soy un gusano. NO será la primera vez, ni la más grave.
A medida que la amistad con Sharon se arruina el grupo de los matones me habla de mejor manera. Juntarme con ellos -no quiere decir que seamos mejores ni nada por el estilo, pero al menos así me dejan de molestar- me parece, en cierto sentido, que es divertido. Es decir, a ellos les hablan las chicas y tipos de otros salones, de tal manera que forman una especie de megapandilla. Es otra forma de socializar. Descubro que además de fumar yerba, Patricio (Pato) comienza a darle a la cocaína.
Una vez, durante otro receso (sí, en este segundo año las cosas más interesantes ocurren en los recesos y si los prefectos hubieran querido atrapar a los hijoputas deberían investigar mejor, pero se limitan a apuntar con el dedo. Les da pereza estar atentos y se limitan a cumplir con el librito de reglamentos) Pato llega del baño con polvo blanco en las comisuras, como cuando no te limpias bien la pasta cuando te lavas los dientes. Al parecer nadie le ha dicho y él no se da cuenta. Tiene la mirada perdida y vidriosa, la boca se le curva a un lado como si quisiera morderse la oreja. La maestra de Química le pregunta el por qué de la expresión y qué es la sustancia que tiene en la boca.
Es un momento de tensión hasta que se me ocurre decir que son restos de unas donas con azúcar glass que compró en el receso y el muy egoísta no nos quiso dar, por eso se fue al baño a comerlas. La maestra mira a Pato y luego posa sus ojos escrutadores en mí. Tiene dudas, pero como soy de los aplicados (con reservas y miradas desconfiada) acepta la excusa.
Gano puntos, Pato me agradece con la mirada y las tensiones se relajan un poco. Solo un poco.
Pasa el tiempo y Julio ya no me molesta. Sabe que si se mete conmigo los lobos pueden tomar represalias. Silvia continúa con esa estira y afloja. Sharon me pregunta si sé quién se ha estado dibujando cosas feas en sus cuadernos, lo dice con voz lastimera, como si supiera y estuviera decepcionada. Aguanto la presión y lo sigo negando, sé que Sharon sabe que encubro algo. No me considera autor, pero sí cómplice.
Hay un proyecto de maquetas, desde la mañana todos admiran el trabajo de los otros y platican de sus habilidades para construir y pintar en el cartón. Mi equipo, el de los lobos, no ha hecho mucho. La casa (una caja cuadrada con cortes que imitan las puertas y ventanas) se ve mediocre comparada con las demás. La clase de las maquetas es a la última hora, conforme pasa el tiempo los lobos se van poniendo nerviosos, si quieren aprobar el año ya no deben sacar malas notas.
Esperan a que todos salgan al salón. Nos quedamos Efrén, Ángel, Pato, Adrián y yo. Planean la excusa que le dirán a la maestra. No encuentran una decente. Pato ha estado encendiendo y apagando su encendedor maravillándose con la flama que se refleja en su inestable mirada. Como si fuera una invocación todos la miran y llegan a la misma conclusión: hay que quemar las maquetas. Es arriesgado y muy probablemente nos atrapen, pero no puedo negarme, corro el riesgo de que me quemen con el encendedor o con un cigarrillo que llevan bien oculto. He visto cómo queman a otros críos de primer año. Yo mismo he propuesto candidatos para que conozcan al cigarrillo. Mejor otros que yo.
No quiero tener una marca circular en la mejilla derecha. Siempre los marcan en ese sitio, como si fueran su ganado humano, su pedazo de carne particular. Sus juguetes. Y los otros abusones no se meten con los marcados.
Adrián se pone de centinela vigilando a los prefectos y compañeros del salón. Pero más a las chicas, son las que mejor han trabajado y quienes lloran más fácil. La lógica es que si no hay nada qué revisar, nadie reprobará. No se les ocurre pensar que harán preguntas sobre el fuego. Solo puedo mirar inmóvil, en silencio. No debo llamar su atención.
Pato, con su mirada de maniaco coloca el encendedor cerca de una casita roja. La flama crece al igual que el brillo en la mirada del pirómano de mierda. El humo comienza a elevarse y, en un acto de sensatez, Efrén (sí, el más impulsivo de todos) lo aplasta con su zapato. Un momento después, Adrián anuncia que una prefecta viene al salón (¿Será que los psicópatas tienen un sexto sentido que les avisa cuando la autoridad está cerca como en los videojuegos? eso parece).
Al fin y al cabo, se arma un lío. Todo se descubre. La prefecta pega un grito cuando ve que Efrén está aplastando la maqueta. Exige una explicación. Efrén le dice que acabamos de entrar al salón y vimos el fuego, que intentaba apagarlo. La prefecta esta catatónica, se pone en la puerta y desde allí manda llamar al director, a otros prefectos y maestros. Nos revisan para saber si alguien tiene cerillos o encendedores. No sé cómo, pero Pato no tiene nada. Nunca sabré en donde lo escondió. El muy hijo de perra sale avante una vez más. Se cansan de revisarnos, nos regañan. Los psicópatas están radiantes porque nadie los pudo culpar por el fuego. Se arma una bolita afuera del salón. Toda la escuela se entera.
Nos castigan por lo de la maqueta, pero no es tan grave, si nos hubieran encontrado prendiendo el fuego o con los iniciadores, seguramente nos habrían expulsado y hasta metido a un reformatorio o algo así.
Terminamos reportados, reporte que tienen que firmar nuestros padres. A los lobos le da igual, pero a mí no. Es el primer reporte de mi vida. Nervioso, se los muestro a mis padres en la cena. Me interrogan como nunca antes. Quieren saber (parece que están desesperados por saber) qué es lo que me está sucediendo.
Decepción, frustración.
El odio va creciendo dentro de mí y no puedo hacer nada para detenerlo, es como un fuego dulce que, aunque me quema. comienzo a disfrutarlo. Mi odio personal lo encauso a alguien más. Que los demás sufran también... La mirada de mamá me mata, está asustada (no más que yo), mi padre se enoja, él, que tanto se ha esforzado para darme una buena educación y yo le pago así.
Sufro.
He cambiado. Ya no soy el mismo chico dulce y alegre que alguna vez fui. Me marchito, mi mente se merma. El abismo es oscuro, profundo y extrañamente hermoso. Un caos hermoso casi placentero. Un caos que me entiende y hasta cierto punto me protege, pues estando en medio de esas turbulencias no salgo lastimado, al contrario.
Intuyo que para cuando caiga en el abismo me liberaré de un peso terrible y todo será más fácil. Para cuando alcance ese punto ya nada importará. Tengo miedo del abismo, una vez entras y no puedes salir. Tampoco estoy seguro de querer salir.
No hay una explicación sencilla. Todo es complicado y mis padres no lo entienden. Durante el interrogatorio me limito a encogerme de hombros y mirar mis zapatos. Mis padres creen que necesito más vigilancia cuando en realidad deseo ser escuchado, pero tengo miedo de hablar. Las palabras se tuercen hasta ser malinterpretadas. ¿Considerarán que estoy siendo demasiado sensible? ¿Quizás pensarán que no tengo lo suficiente para ser hombre? ¿Sigo siendo un niño con miedo a madurar? En algún sitio leí que conforme uno crece se va guardando el dolor. Los niños pequeños nos anuncian cuando algo les lastima y los adultos se limitan a callarse su aflicción. Prefiero guardar silencio.
Es más fácil callar que explicar el dolor, miedo y la confusión que siento que me asfixia. Me debato entre la ansiedad y la locura. Ojalá todo termine pronto.
Al segundo año le faltan un par de meses para llegar a término. Par de meses en los que hago lo peor y lo mejor. Ambivalencias que me dividen. ¿Cómo puedo parar entre los límites del bien y el mal? El problema es que paso de un extremo a otro con tanta rapidez que ni siquiera me doy cuenta.
Julio se muda de ciudad y Silvia me presta más atención. Me siento detrás de ella y le acaricio el cabello y cuello. De vez en cuando nos pasamos papelitos de carácter íntimo, tierno y dulce; como suele ser el flechazo a esta edad, supongo. He crecido un poco y ya estoy del mismo alto que Silvia. La cercanía con esta chica me provoca distancia con Sharon. Me sienta mal, pareciera que cambié a una por otra. Sharon, que desde el primer día me habló, compartí sus secretos y su lunch, ahora se aleja de mí. No la culpo.
En algún momento me dice que he cambiado, que em estoy volviendo cruel y pesado, como los lobos. Los matones molestan muy de vez en cuando pues al estar tan cerca de Silvia me dejan de joder con eso de que soy afeminado. <<Te estás haciendo hombrecito>>.
Los grandulones la agarran contra Sharon. Quizá con la intención de que la defienda y así darme una buena golpiza. Pero no hago nada, no les doy motivo. Los lobos le hacen maldades a Sharon. le esconden la mochila y le dibujan obscenidades en los cuadernos, también le escriben insultos muy fuertes. Me siento mal, terriblemente mal, pero me alegro no ser el centro de esa absurda destrucción.
Un día que Silvia no estuvo muy en sintonía conmigo, paso el receso con los gorilas. Esa vez le llenan la mochila, útiles y cuadernos con leche chocolatada y tierra de la que hay al lado del salón, sobre todo a las fotos del actor. Pato lleva todo a un nivel más perverso: orina sobre las pertenencias. Los demás ya han ido al baño así que deciden escupir dentro de la mochila. También debo hacerlo o me irá mal.
Siento que se me vacían las entrañas, las piernas parecen de goma ¿Cómo se puede llegar a esos extremos? ¿Cómo es que soy cómplice y víctima a la vez?
Sé lo que está a punto de ocurrir, me duele anticiparme. El timbre de entrada suena. Allí viene Sharon con una sonrisa, ignorante de lo mierda que podemos ser sus compañeros, de lo que puedo ser yo.
Todos los demás entran y se acomodan en sus respectivos sitios. Esto es una bomba de tiempo. Tres, dos, uno...
Al abrir la mochila, Sharon se da cuenta de que algo va mal. Huele terrible y debe verse asqueroso. Echa un vistazo al interior de su mochila, puedo ver cómo se le apaga el brillo de los ojos. Casi puedo distinguir los cuadernos inservibles en el reflejo de su mirada, las fotografías echadas a perder por los líquidos mezclados. Soy al primero que ve, de alguna manera sabe que estuve implicado... Me pregunto qué es lo que he hecho, la consciencia me pesa, arrastrándome al borde del precipicio de la locura.
Sharon (al igual que yo en un pasado no muy remoto) no entiende por qué se ha ganado ese tipo de actos. ¿Por qué la atormentan? "Mejor tú que yo" pienso mientras desvío la mirada tratando de parecer despistado, ajeno a todo aquello.
El grito y las lágrimas de Sharon alertan al profesor, los alumnos que están cerca se inclinan sobre sus pupitres para ver la escena del crimen. La mayoría no sabe qué sucede, pero nosotros sí. El grupillo de los lobos se regocija en un placer perverso. Puedo ver la excitación en su brillantes y estúpidos ojos. Silvia gira para verme, pregunta en silencio con sus hermosos ojos cafés. Me quedo inmóvil, espero que mi indiferencia no me delate. Ya es tarde. Sé que Sharon lo intuye. Me culpa a la distancia, no sé como, pero siento sus pensamientos:
Tristeza, soledad, dolor, culpa, asco.
Sentimientos que comparto con esa pobre chica cuyo único pecado fue... ya no importa. Alea Jacta Est, la suerte está echada. Nada lo detendrá. Intuyo que esto (lo que sea que "esto" signifique) ha empezado.
Al salón acuden el director, subdirector y prefectos; ya no pueden tolerar ese tipo de comportamientos. Nos dicen que así se actúan los criminales, que el salón se ha envuelto en una atmósfera destructiva. El director jura que se encontrará a los culpables (parece que también sabe quiénes fuimos, pero como no tiene pruebas, se dedica a mirar a cada uno de los lobos. Todos le sostienen la mirada, retándolo) y los expulsará.
Estoy nervioso. Sudo frío.
Llega la madre de Sharon, le conceden permiso para irse a su casa. Quiero despedirme, me pregunto si aun somos amigos. No sé como acercarme, la chica está catatónica. Solo pienso en no llamar la atención. Me quedo muy quieto en la butaca, petrificado por la perversidad en la que me he envuelto, de la que también he sido partícipe.
Conforme pasan las clases veo que los lobos siguen como si nada hubiera pasado. ¿Es que no tienen consciencia? ¿No hay en esas perturbadas cabezas una especie de remordimiento? ¿Cómo consiguen esa indiferencia, esa falta de empatía?
Lo pienso mejor. No es indiferencia, es el placer de salirse con la suya. De sentirse intocables, indestructibles, de saberse todopoderosos y que hagan lo que hagan nunca serán atrapados en el acto. De poder lastimar y echarse sobre cualquiera. ¿Cuánto daño es capaz de hacer esa manera de pensar?
Pronto lo descubriré.
El tiempo pasa y pocas cosas cambian. Ahora los recreos son nuestros (mío y de Silvia), los lobos se la pasan molestando a otros chicos. Por primera vez sonrío.
Un día antes de salir de vacaciones Silvia me pasa un papelito (que conservaré todo el tiempo junto a mí, en mi cartera) en el que está escrito con unas hermosas letras rosas "Quiero besarte". Mi corazón late deprisa. Nunca había tenido novia, ni hablar de besos.
Silvia está comiendo en la cafetería. Yo no fui, considero que la comida es algo demasiado privado y sagrado como para dejar que los demás me vean, tampoco quiero ver comer a los demás. No existe la confianza y nunca existirá. Soy presa de la persecución mental, creo que todos me vigilan, que observan hasta el más mínimo detalle de mi comportamiento, como si me estudiaran. ¡Vengan a estudiar al bicho raro!
El beso, el primer beso de mi maldita vida, está planeado cinco minutos antes de entrar a clases. Me preparo comprando pastillas de menta, quiero dejar una buena impresión. Si a Silvia no le gustan labios al menos no tendré mal aliento. Los lobos están en otro lado, no sé en dónde y no me importa. Lo que importa es que no están aquí y tendremos el salón para nosotros solos.
Las once cincuenta y cinco. Silvia llega puntual, se le ve contenta. Las mujeres mejoran su humor después de comer. La miro, me mira, nos observamos. Estoy mucho más nervioso que ella.
¿Y si no le gusta? ¿Y si lo hago mal? Yo no sé besar. Seguramente ha tenido novio y ya sabe algunas cosas que yo ni me imagino. Pienso con temor.
Tengo que controlarme o comenzaré a sudar. Me acerco a ella, puedo ver de cerca sus ojos, tan cerca que diferencio las manchas que hay en su iris. Sonrío, ella también. Nos sonrojamos. La tomo por la cintura acercándola a mí. Una corriente eléctrica me recorre al sentir sus formas femeninas. Comienzo el beso con la boca cerrada, esperando que con el tiempo se abra, pero ella comienza a lo grande. Me ensaliva el labio superior. Acompaso mis labios a los suyos. Ahora es un beso de verdad. Noto el calor y humedad en su boca, ni por la mente me pasa que Silvia tiene otro sitio más divertido que también está húmedo y cálido. En un segundo plano noto el ligero aroma de su perfume. Sonrío en medio del íntimo momento. Menta, perfume y amor.
Suena el timbre. Nos separamos para luego abrazarnos con los ojos cerrados. Ninguno se atreve a ver la reacción del otro. Siento el rubor en las mejillas. Abro los ojos, pensando en que se nos acaba la privacidad. Veo en la puerta del salón y allí está el grupo de matones. Me miran, están complacidos. Suerte que no llevo la pantalonera del deportivo, se me notaría más la erección...
Sharon ya no me habla. Ni siquiera me dirige la mirada. Nunca deja sola la mochila y siempre se aleja de los chicos del salón.
La vida es hermosa. Me la paso de la mano con Silvia. Ahora somos novios. Aprendo a besarla del modo que le gusta.
Estamos por terminar el segundo año, queda un mes de clases. Este año he mejorado mis notas, no son excelentes, pero estoy sobre el promedio. Mis padres se alegran, creen que lo que sea que hayan hecho, funcionó. No saben (y nunca sabrán) lo que su hijo pasó en esta etapa.
Antes de salir, Silvia y yo llegamos al salón. Los lobos están riéndose de algo. Agradezco tener una excusa para no mirarlos y separarme de su compañía. Ángel me pasa un papel en el que está escrito -con letras deformes- que la "estúpida emo" tiene una sorpresa en sus cuadernos. A Sharon se le olvidó la mochila y pagará muy caro el error: le han echado su semilla en todos los cuadernos.
A pesar de que Sharon descubre la sorpresa en sus cuadernos (ignoro si sabe qué es) la bomba no explota. Los lobos están cabreados, no hay nada de divertido en joder a alguien si ese alguien no se queja. Me entero por Silvia -Sharon le dijo a Lupita y esta a Silvia- que Sharon encontró las hojas pegadas y las tapas de los cuadernos arrancadas y rayadas, pero se quedó callada. No tenía caso volver a lo mismo, a los culpables nunca les hacen nada.
Escucho en silencio y hago una mueca cuando Silvia me confiesa que Sharon tuvo que ir al baño a llorar en privado; también tiró los cuadernos, ahora la mochila está vacía. Pienso (y es lo único que me interesa) que así se demostrará mi inocencia ya que estuve todo el tiempo con Silvia.
Para la última semana hay operación mochila. Los policías se presentan en la puerta del salón diciendo que recibieron reportes anónimos de que allí hay sustancias ilegales. El enorme pastor alemán pone nerviosos a los matones. Se les ve el terror en los ojos. Nos ordenan que salgamos y esperemos en filas a las afueras del salón. Somos vigilados por dos policías mientras otros dos están dentro. El perro ladra y llaman a Efrén, Adrián y pato. Desde fuera los demás vemos cómo los revisan. Adrián y Efrén traen yerba, a Pato le encuentran cocaína y una navaja dentro del pantalón, así como encendedores. A nosotros nos dejan salir temprano.
Ángel me mira con resentimiento. Seguramente piensa que fui yo quien dio el pitazo. Los lobos dejan de ir a clase, se rumorea que llamaron a sus padres y les fue muy mal, se habla de centros de rehabilitación. Ruego a Dios que los encierren y no los dejen salir nunca.
El año termina mientras estoy más temeroso que nunca. Ellos piensan que los delaté. Estoy asqueado, no duermo, tengo miedo.
Habrá represalias.
-J. A. Valenzuela
Me gustó muchisimo.👏👏
ResponderBorrar¡Muchas gracias! Espero que las siguientes partes te gusten igual. :D
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