I
Cuando la bruma verdosa fue menos densa, el frío caló con mayor ahínco. Adiós neblina y hola al frío. Un frío ardiente que los ralentizaba todavía más. También estaba el hecho de que los relojes estaban mal o el sol estaba confundido porque una oscuridad se fue instalando. ¿Aquí? ¿En Alaska? ¿En estos días?
La reacción de Ted le daba qué pensar a Ed. El tipo miraba para todos lados, parecía confundido y desorientado. Los tres lo estaban.
—¿Llegó la época en la que se hace de noche? —preguntó inocentemente, aunque ya sabía la respuesta pues leyó la nota cuando Marla hacia las reservaciones por internet.
—No. Eso será hasta julio. No sé qué sucede —gritó en un tono de voz casi llegando al pánico—-, mi reloj dice que son las doce del mediodía.
—¡Está oscuro, Ted! —rugió Trevor desde el fondo— ¿Cómo demonios?
Su voz también tendía al llanto. Las ráfagas de aire se llevaban sus palabras, sus esperanzas y el calor. La temperatura bajaba más y más. Y ese maldito color verde en el ambiente se volvía más pesado, denso. El verde se oscurecía. Daba miedo.
—Cuando nieva mucho también se vuelve oscuro, es como cuando llueve mucho —dijo Trevor tratando de buscar una explicación lógica.
—Ni siquiera está nevando, el aire está raro, pareciera tener consciencia —contestó Ted—. Esto no es una tormenta.
—¿Entonces qué es? —gritó desesperado.
—¡No lo sé! —Ted perdió la compostura durante un momento—. No creas que te escondo información, no sé qué esta sucediendo.
Miraron, temerosos, como la oscuridad los iba engullendo. No había nada qué hacer, ningún sitio a donde refugiarse, solo se tenían a sí mismos.
Se juntaron más, caminando pegados uno al otro. Ted encendió una bengala roja que contrastaba con el panorama. Avanzaron poco a poco escudados en la luz roja que -creía- que les daba cierta protección. Y así continuaron caminando con cuidado hasta que escucharon desgarradores lamentos que parecieron provenir y atravesar las tinieblas...
Como Ed iba en medio de los dos, de vez en cuando miraba hacia atrás para asegurarse de que Trevor seguía allí. En una de sus reviradas vio que aparecieron tres siluetas al fondo, colina arriba, donde quedaba la cabaña. ¿Habrá pasado algo para que se decidieran bajar? ¿Por qué se arriesgaría Marla? Estaba enferma ¿cómo iba a mejorar si salía al mal tiempo?
Eduardo se quedó mirándolas. Ted y Trevor se detuvieron, pero sin girarse. Simplemente se quedaron de pie. Las tres siluetas avanzaban a una velocidad constante, y, aunque no fuera posible, podía jurar que sentía más frío conforme se acercaban. Al mismo tiempo, el verde eléctrico del ambiente se aclaraba, como difuminándose en el paisaje nevado. Quiso gritarles, pero solo podía mirar hipnotizado ese movimiento constante. Tampoco consiguió que sus compañeros miraran a otro lado que no fuera al frente. Deseó que se quitaran los lentes para saber su expresión. Era como ver unas estatuas. En los lentes de Trevor se reflejaba su cuerpo quieto, a merced de la extraña tormenta. Se acercó lo más posible a él, como si fuera el astronauta del Apolo 11 mirándose en el casco de su compañero. Ed estaba siendo rodeado por las mismas tres sombras que vio colina arriba.
Volteó y no vio nada, solo Ted de pie y mirando al frente, como un jodido maniquí. ¡¿CÓMO ES QUE NO SE ENTERAN DE NADA?! REACCIONEN, CARAJO. Presa del pánico, Ed intentó gritar. No le sale la voz, se queda atrapada en su garganta. El reflejo le indica que las sombras no son ni Cindy, Lou y mucho menos su amada Marla... Esas cosas eran inhumanas de cuerpos larguiruchos. Entes más oscuros que las sombras. En el reflejo de las gafas protectoras ve cómo lo van rodeando.
No puede moverse. Las siluetas se deslizan sobre la superficie, como si anduvieran es esquís. No, se fija mejor. Ellos... flotan. Solo puede ver lo que sucede por el reflejo.
Una sombra se acerca a Ted. Lo mata cortándole el cuello, el pobre tipo no se entera de lo que sucede. La sangre sale a borbotones manchando la nieve de un oscuro escarlata. El charco se esparce lentamente. Ted se convulsiona hasta que finalmente cae en medio de su sangre. Un espectro flota sobre él, alimentándose.
La segunda sombra pasa al lado de Ed, quien siente cómo si lo envolviera un glaciar. Con un largo y huesudo dedo, rematado por una uña afilada que más bien parece una garra, el espectro corta la garganta de Trevor. Su sangre escurre en una grotesca cascada. Antes de que Trevor caiga muerto, en el reflejo del visor Ed alcanza a ver que la tercera silueta se le acerca.
Siente el frío de la muerte en su cuello. El siniestro espectro -con hórrido rostro carente de ojos- sonríe antes de hacerle cumplir el destino de su muerte.
II
Despertaron a mitad del camino. Seguía nevando, pero no tenían nieve acumulada sobre ellos. El paisaje era visible de nuevo. Confundidos y con lentitud se pusieron de pie.
—¿Cómo que nos quedamos dormidos? ¿Cuándo? —preguntó Ed. Su rostro pálido, asustado por la pesadilla se escondía bajo lentes y bufanda.
Trevor y Ed miraron a Ted quien estaba mudo, visiblemente confundido y desorientado.
—No lo sé... Quizá por el frío. A veces la hipotermia...
Su voz se fue apagando. Era obvio que estaba buscando respuestas en su mente. No las encontró. Estaba revisándose la vestimenta para corroborar que todo estuviera en orden cuando se fijó en la hora.
—Oigan, muchachos, según mi reloj son las ocho cuarenta y siete.
Los tres se miraron, luego echaron un vistazo alrededor. El cielo estaba exactamente igual a antes de que comenzaran las tinieblas. Sus ropas estaban limpias sin nieve acumulada. ¿Cómo era posible que se quedasen más de ocho horas tirados, inconscientes, y que no se les juntara nieve encima? El reloj había sufrido una descompostura, aunque ninguno supo cómo fue posible ya que era analógico y no se tendría que ver afectado por esta anomalía. ¿O sí? ¿Qué tan anómala era esa anomalía?
Eduardo miraba a sus compañeros. ¿Agravaría la situación si les contaba su sueño? ¿Qué habían soñado ellos? Si es que lo habían hecho. Se prepararon para continuar la caminata.
—Oigan —dijo Trevor con voz temerosa y desesperada— ¿no se les hace que ya pasamos por aquí?
Los tres dejaron de avanzar y se fijaron en los alrededores. Ted ya había tenido la misma sensación desde hace algunos cientos de metros, pero no quiso decir nada. Su confianza estaba mermada, tenía los sentidos confundidos. Era el mismo tramo de sendero, los marcadores de distancia seguían allí, aunque no se pudiese distinguir los números. Incluso árbol tras árbol le parecía lo mismo, como si estuvieran caminando por un decorado de teatro o algo así. Una falsa realidad.
A Ed se le figuraba que todo era alguna especie de bucle. Desde que la primera tormenta llegó comenzaron las rarezas, primero con los aparatos y luego con el propio clima. Lo más increíble era que también le afectó al encargado de la seguridad; Ted, un hombre preparado para estos inconvenientes se "perdió" durante mucho tiempo. Quizá, como las auroras boreales eran breves tormentas electromagnéticas, afectaban a todo lo que tuviera un campo magnético, y los humanos también tenemos uno. Quizás el efecto era muy fuerte y afectaba al cerebro o algo así. Lo extraño -si cabía- era que afectara a todos de la misma maneta. Eso era lo único que no cuadraba en su hipótesis para explicar esta anormalidad, que todos percibieran lo mismo.
Mientras tanto, la mente de Trevor se debatía en una y mil ideas que lo hacían pensar demasiado. El tipo se estaba volviendo loco por la generación de pensamientos que generaban miles de pequeños afluentes. Deseaba escribir en su diario, ese que llevaba a todos sus viajes y que rara vez usaba. Prefería grabar la experiencia en video, pero sus experiencias personales las plasmaba en el antiguo y confiable papel. ¿Cuándo fue la última vez que lo usó? ¿En el aeropuerto? De seguro había sido al llegar a Alaska, o quizás antes. De allí se había ocupado en preparar su equipo para la expedición. ¿Y todo para qué? Si parecía que todo estaba jodido -en el caso de que terminara bien-, muy probablemente los aparatos estarían dañados. Tenía que contarle a alguien sobre lo que vio cuando estuvo inconsciente. ¿Ed y Ted habían visto algo?
Durante ese lapso de ensueño, Trevor se vio en medio de tres siluetas demoniacas que lo torturaban y le causaban dolor de cabeza, protagonizando terroríficas escenas en las que se desangraba en la nieve. Cada que parpadeaba veía el mismo paisaje nevado con el cielo verdoso y su sangre escurriendo colina abajo hasta llegar al río y diluirse en el agua fría. ¿Y si el calor de su vida terminaba en la gélida corriente?
Con cada paso que daba se convencía de que había sido un error el salir de la cabaña. Quería regresar, pero no encontraba la forma de decirle. Él fue de los primeros en querer salir a buscar ayuda y ya no podía cambiar de opinión. Según recordaba, estaban a más de la mitad de camino, más cerca de Barritz que de la cabaña. Sería retroceder por el mismo sitio. ¿Y si al regresar volvían a perder el tiempo? ¿Y si volvían a pasar por esa especie de ciclo o bucle? Esa interminable caminata tuvo inicio, pero parecía no tener final. Nadie quería volver a empezar.
Ted no sabía qué pensar. Nunca se había sentido tan frágil. Ésa era la palabra: fragilidad. Conocía la naturaleza y sabía cómo sobrevivir en ella, mas todo esto era antinatural y carecía de entrenamiento para ello.
Maldita pesadilla...
- J. A. Valenzuela
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