I
La noche se le fue en un duermevela lleno de preocupación. Estuvo preocupado por Marla, no le gustó su respiración jadeante, era como si batallara para llenar de aire sus pulmones. Tiritó gran parte de la noche a pesar de que la arropó y abrazó hasta que sudó. Pasó la noche tratando de regular su temperatura. Por suerte -mala o buena- nadie pareció darse cuenta.
Escuchaba los ruidos de la madera rechinando contra el peso de la nieve, un ocasional chiflido de aire por las ventanas, el crepitar del fuego, la respiración intranquila de Marla y, por extraño que parezca, podía oír la preocupación de Ted. Sabía que estaba mucho más alerta que él, fingía dormir, pero de seguro estaba haciendo planes y calculando los peligros. O eso debería estar haciendo.
Al amanecer Marla estaba constipada. Pescó un resfriado (no quería pensar en algo más grave).
Ted abrió las cortinas solo para descubrir que la nieve seguía allí, a mitad de las ventanas. Las señales de teléfono y radio aun no funcionaban. Incluso Trevor, quien decía que estaba acostumbrado a pasar horas o días sin usar el móvil se notaba preocupado. En silencio, desayunaron comida enlatada; luego Ted dijo que haría una primera exploración de reconocimiento. Vería qué tanto había nevado, cómo estaba el sendero (si es que era visible) y esperaba poder comunicarse con la base. La montaña estaba a quince kilómetros de Barritz así que en un día despejado se puede ver con los binoculares. Les aconsejó -aunque más bien sonó a una orden- que lo esperaran dentro. No debería tardar más de una hora, dos como mucho.
El día pasó con lentitud. Se miraban los rostros tratando de encontrar la tranquilidad en el otro. Cuando Marla lo miraba con sus hermosos ojos titilantes él le sonreía para darle confianza, una confianza que no sentía, pero debía aparentar. Tenía que ser fuerte para ella. Lou intentaba lo mismo, suponía. Trevor trataba -en vano- de que sus aparatos funcionaban. Ninguno de sus teléfonos tenía señal, pero él insistía en que sus electrónicos eran fabricados para profesionales y conseguirían colgarse de algún satélite (después de todo para eso fueron diseñados y hasta ahora no había estado en ningún lugar en el que se quedara incomunicado). Conforme pasaron las horas perdieron la esperanza de tener contacto, Trevor se veía devastado, se lamentaba de haber invertido tanto dinero para nada, pediría una devolución.
La brújula era lo único que veían de vez en cuando -cuando él la movía- para tener algo qué hacer.
Comieron en silencio, a Marla le costaba pasar la comida. Le dolía la garganta, pero no decía nada para no preocuparlo. Estuvieron pensando en Ted. Entre charlas cortas pronto salió el tema, alguien sugirió que quizá los había abandonado, cosa que a Ed le pareció absurdo. No podía ser cierto ¿verdad? Es decir, él y Tierras Polares son responsables del grupo. Pagaron por ello... Ed apostaba que Marla también se arrepentía de haber ido, siempre le molestaba cuando en algún viaje algo salía mal, pero no decía nada. ¿Quién quiere empeorar lo amargo?
Ya habían encendido el fuego para pasar la noche. Eduardo aprendió que cuando el sol está a unos quince grados del horizonte, era noche. Si no hubieran tenido este contratiempo estuvieran fascinados -al menos Marla y él- de que el sol estaba siempre en el cielo. A ella le gustaba el sol. Sus vacaciones preferidas eran ir a la playa, pero ella le quiso dar un gusto -según creía- al elegir una zona nevada. "Pobrecita -pensó Ed-, ahorita estuviéramos en algún lugar con arena y bebiendo cocteles. Seguramente pensó que, como no soy amigo del calor..."
Maldita sea su forma de ser.
Ed miraba con nerviosismo la cantidad de madera seca que quedaba, preguntándose cuánto aguantaría a este ritmo y pensando en que platicaría con los muchachos al día siguiente, cuando el sol estuviera ascendiendo.
De repente un golpe sordo en la puerta los sacó de sus cavilaciones.
La puerta se abrió. Se asustaron, las chicas soltaron un grito sin ganas. La silueta de un hombre se quedó en la puerta durante un momento. El aire frío aprovechó para entrar y hacerlos temblar, un poco de nieve quedó en el suelo de la entrada.
Ted entró con brusquedad buscando el fuego. Se acercó tanto que las llamas casi le lamían la ropa. Miró la mesita cerca de la chimenea, la jarra de café caliente aún tenía la mitad, se abalanzó sobre ella. Bebió en rápidos tragos pequeños mientras los escrutaba con la mirada. Ojos profundos, confundidos, asustados... Parecía un loco desesperado por su dosis.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —Trevor fue quien rompió el silencio. Ted asintió con lentitud. Carraspeó y habló, su voz sonaba seca y cansada.
—No sé qué sucede —controló su temblor en la barbilla—, el pueblo... No pude llegar a Barritz.
La última frase sonó a una sentencia extraña. ¿Cómo de que no había podido llegar? ¿Cuánto se tardaría un guía de turistas? ¿Tres horas, cuatro?
—¿Qué quieres decir? —Lou siempre sonaba como un padre que le daba una segunda oportunidad a su hijo, se acomodó las gafas— ¿Perdiste el rumbo o...?
—Tengo más de siete años de experiencia, fui instructor jefe en un campamento de supervivencia. No perdí el rumbo —contestó con el orgullo herido y cierto miedo entre líneas—, no sé qué sucedió. Ya saben, la tormenta no me dejó ver bien.
—Acaba de empezar a nevar —Ed apuntaló sin tono. Marla se movió incómoda entre sus brazos, parecía estar mejor, pero aún seguía enferma. Ted lo miró con odio.
—¿Qué dices? Comenzó a nevar una hora después de que me fui.
Todos se miraron con los ojos abiertos, incrédulos. Durante todo el día el cielo estuvo despejado. Hizo un frío de los mil demonios, pero no volvió a nevar hasta hace poco. ¿Era una broma siniestra?
No fue hasta que se fueron a dormir que Ted les explicó con lujo de detalle cómo fue su día, al parecer fue un infierno helado.
Al salir de la cabaña miró el pueblo con los binoculares, sintió cierta tranquilidad al ver que Barritz vivía como de costumbre. Las máquinas despejaban las calles, sobre todo Betsy, la quitanieves del gobierno, trabajaba para la limpiar la carretera interestatal que pasaba al lado del pueblo. El puente también estaba libre, no tendría problemas para pasar. Todo normal. Vio la camioneta en la que llegaron aparcada en el mismo lugar, la nieve le llegaba a media altura de las llantas.
Esperanzado, pues el día parecía despejado, bajó con rumbo a la camioneta. Aunque Barritz no era famoso por sus avalanchas, nunca se sabe, la nieve fresca es traicionera así que estuvo atento a cualquier ruido. Nieve suelta y el sol brillando por todo lo alto anunciaba el deshielo. Bajó sin ningún inconveniente, pero cuando llegó a donde se supone que estaba la camioneta no encontró nada. El sendero tenía postes de cinco metros de alto graduados cada 30 centímetros para marcar el nivel de la nieve. Ted vio los postes, la marca estaba a poco más de un metro -al parecer en la base del monte nevó menos- por lo que el vehículo tenía que estar allí. La vio cuando estuvo arriba. ¿Qué pasó?
Desesperación.
Tampoco observó rastros ni huellas de que hubiera sido movida o arrastrada por alguna pequeña avalancha. Era como si nunca hubiera estado allí ¿cómo? La camioneta era roja para que se distinguiera en la nieva, también tenía focos en la parte superior precisamente para estas situaciones.
Mientras estaba inspeccionando la zona el frío comenzó a hacerse más pesado. Miró al sur, donde estaba Barritz y se sorprendió. Mientras estaba inspeccionando la zona, el frío comenzó a hacerse más pesado. Miró al sur, donde estaba Barritz y se sorprendió al ver un muro de niebla verde levantándose por todo el paisaje. No podía ser nieve porque las nubes oscuras se asomaban desde el norte y algunas plumas comenzaban a caer aquí y allá. Miró su reloj, apenas llevaba una hora y media. El ambiente se puso más frío aún y el viento arreció de nuevo. Tomó lugares de referencia para ver en la tormenta y se grabó muy bien en donde estaba según la brújula. Se puso ropa todavía más protectora (toda de color naranja fosforescente) y sacó sus herramientas en caso de emergencia.
Comenzó la subida de nuevo fijándose en cada pisada y levantando de vez en cuando la mirada para cerciorarse en donde estaba. Todo era de un gris verdoso, frío, viento que no dejaba escuchar nada. Sus lentes protectores se llenaban de nieve y tenía que limpiarlos con los guantes. Se le hizo extraño que el terreno no se sintiera como cuando bajó, la caminata parecía ser en un lugar plano cuando debería ir subiendo. Tenía más que grabado el terreno, había hecho esas caminatas en un sinnúmero de veces; ya sabía en dónde estaba cada vuelta, cada trecho recto, conocía hasta el más mínimo detalle.
La alarma en el fondo de su mente no lo dejaba en paz: este no era el sendero de siempre. Había algo raro. Revisaba la brújula cada cierto tiempo para cerciorarse que iba en la dirección correcta y así parecía, pero por más que avanzaba sentía que se quedaba en mismo sitio. Al cabo de un rato y con el pensamiento casi congelado, decidió dejar unas rocas en forma de flecha para marcar el lugar.
El miedo se apoderó de él cuando, después de muchos pasos volvió a su marca.
"Era como un bucle" confesó aterrado. El grupo de turistas, que escuchaba aterrado la narración del guía, pudieron ver la horrorosa verdad en sus ojos...
Al pasar por la marca por tercera vez sacó su brújula, pero no funcionaban bien, oscilaba entre norte y sur, cosa que nunca había hecho. La tormenta se calmó hasta que la nieve caía con lentitud, sus pies estaban cansados y al parecer se había bebido toda el agua porque si cantimplora estaba vacía...
El relato no varió mucho hasta que llegó a la parte donde de pronto el terreno plano se volvió pendiente y comenzó a reconocer partes de la base de la montaña. Conforme subía el sendero la nieve iba menguando. Se dio cuenta de que era demasiado tarde, y había perdido un día.
Cindy sugirió que quizá se había quedado dormido por el frío y que todo lo había soñado, o que quizá nevó en las partes bajas del monte y nada en la cima. Lou se encargó de explicarle los errores de su teoría, aunque ella siguió en sus trece. Ed la comprendió, necesitaba a algo a lo que aferrarse para mantener la cordura. Al igual que todos.
II
—Tenemos que hacer algo. Las radios no funcionan, pronto no tendremos qué comer y no ha dejado de nevar. Nadie vendrá a buscarnos.
Su voz se apagó junto con la esperanza. Eduardo miró la nieve, una nieve extraña, malévola. No es que fuera experto, pero desde que Ted regresó no había dejado de nevar y lo curioso es que no se acumulaba, seguía a mitad de la ventana. Ocasionalmente abría la puerta para cerciorarse que seguía despejada. Sería el colmo que la nieva tapara la entra y los dejara encerrados. Era curioso que todos se siguiera viendo neblinoso. Como si la nieve fuera una bruma gris verdosa, casi se le podía tocar. El aire se volvió pesado, frío, daba miedo. Al menos a Ed. Marla continuaba temblando a pesar de que estaba cerca del fuego. No tenía fiebre, pero parecía. Ed se desesperaba pues su chica necesitara un médico -aunque gracias a Dios ya no sentía dolor ni mareo alguno-, y él solo podía verla temblar y sufrir por el frío.
Estaba desesperado. Cada vez más tenso. Todos lo estaban, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta. Estar encerrados era una tortura. Trevor era el más animado en secundarlo. Lou tenía una actitud más precavida, y quizá se entendía por ser el mayor. Quizá Ted tuvo un golpe muy fuerte a su autoestima porque ya no se animaba a salir. Era como si toda su experiencia se hubiera esfumado por el episodio anterior. No sabían la hora con exactitud. La Tierra no ayudaba mucho pues no había noche o día, crepúsculo ni amanecer.
Así que saldría por la mañana en cuanto se elevara el sol, con o sin compañía. Quería -y necesitaba- hacer el amor con Marla, pero no era el momento, ni las condiciones. Estaba débil por el resfrío. Ella tenía miedo, más que eso, estaba aterrada. Había algo en el ambiente que no se sentía bien y les afectaba a cada uno de manera diferente. Ed, por ejemplo, nunca fue particularmente valiente, pero una voz dentro de su mente lo incitaba a salir, a dejar esa seguridad (si es que había) de la cabaña para enfrentarse a lo que hubiera afuera.
Cindy y Lou estaban convencidos que esperar ayuda era la mejor opción. Eran religiosos, tenían una gran fe y experiencia en esperar a un salvador. ¿Y si nunca llegaba? Todos recordaban la historia del avión accidentado en los Andes y, aunque no esperaban llegar a eso, aquellos sobrevivientes tampoco lo hicieron...
A la mañana siguiente salieron en busca de ayuda. Protegidos lo más posible contra el frío. Marla lo abrazó hasta el llanto culpándose por ello. Ella decidió el lugar y la época, Ed trató de decirle que nada de esto era su responsabilidad, las cosas simplemente pasan y les tocó a ellos. Ni modo. Había que hacer algo para arreglarlo. Además, sabían el camino, estaban sanos y, por los animales, bueno, Ted se encargará.
Le dijo que la amaba, primera vez que lo decía. Es curioso que una situación tan extrema lo orilló a confesarle su amor. ¿Por qué desaprovechó el tiempo? La besó, aunque ella al principio se negó para no contagiarlo, no quería que enfermara allá afuera. Querían que el beso durara mil eternidades.
Nada más salir el frío les dio la bienvenida. La nieve continuaba cayendo. Todo estaba igual. Había una inusual neblina verdosa, como si el coloro fuera una ruta de estática. Era muy difícil de explicar, pero sus cuerpos sabían que algo andaba terriblemente mal. Ni siquiera Ted se sentía cómodo, y eso que debía haber pasado por cientos de condiciones extremas peores a esta.
No supo durante cuánto tiempo continuaron caminando en fila. Ted al frente, Eduardo en medio y Trevor detrás. Se amarraron con una soga para evitar dispersarse, no era probable, pero nunca se sabe. Ed pronto se sintió cansado, a pesar de ir caminando hacia abajo. Miraba -alternando- a Ted, el camino y sus pies. Trataba de no pisar en falso, según les recomendó Ted, y de repente comenzó a sentir un sabor ferroso en la boca. Inmediatamente levantó la vista hacia los otros dos, los cuales también estaban quietos a mitad de la nieve. La bruma verde los envolvió con más fuerza que antes...
- J. A. Valenzuela
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