Capítulo II: Tormenta en el monte Revelación

 I

    —¡Mira, un pingüino!

    Anunció Marla en medio de alegres saltitos. Era el segundo día de aventura y tenían una sola meta: visitar el monte Revelación. El verdor de los árboles se combinaba con la nieve que tardaría mucho en derretirse. En los macizos de más allá se veía un maravilloso azul profundo.

    —Creí que los pingüinos no volaban —Eduardo miró al cielo y entornó la vista, pero el ave se había ido.

    —No lo hacen —contestó Ted quien estaba atento y al pendiente de toda la fauna de alrededor—. Ellos viven en el sur. ¿El ave que viste tenía el pico colorido?

    Marla asintió con la cabeza. Se acercó a Eduardo y miró hacia abajo. Estaban en el mirador. Tierras Polares tenía lugares específicos para cada parte de los recorridos, la vista en el monte a Revelación tenía su primera parada en el mirador. Había visto por internet que las vistas desde allí eran maravillosas, le encantaron las fotos de noche en las que las estrellas brillaban por doquier, y otras en donde se alcanzaba a ver preciosas auroras boreales. A pesar de que no le gustaba mucho el frío, a Eduardo sí -él siempre le mostraba fotos o videos en donde dominaba la nieve, el frío y el hielo. Así que el viaje fue como un regalo ya que casi nunca había viajado.

    Barritz estaba kilómetros debajo, la posada Parrish se miraba -con ayuda de binoculares- justo en el centro del pueblo, al lado de la plaza y su emblemático kiosco rojo. La camioneta estaba a una hora a pie en la base de la montaña.

    —Seguramente era un frailecillo. Tienen los colores de un pingüino, pero se diferencian bastante. Principalmente por los coloridos picos, las patas y la forma de los ojos. 

    El grupo miró durante algunos minutos más mientras Ted reportó su ubicación a la base -las oficinas de Tierras Polares, según comentó, en este momento había otras dos excursiones en curso, una en el campamento y otra, río abajo, cerca del lago Ort, Continuaron a subida por el camino respirando un aire cada vez más frío, a veces veían zorros o conejos a la distancia. El guía mencionó que cada especie era potencialmente peligrosa. 

    —Pero nada como los alces —dijo Trevor, el chico hacia un apunte sobre cada comentario que les daba Ted, al parecer "lo leí en internet" era suficiente para pensar que sabía más que el profesional—, o los osos, que andan saliendo de hibernación.

    —Claro —contestó el guía con tono de fastidio.

    Trevor se tomó una foto de espaldas al mirador con el paisaje nevado de fondo. Luego le pidió a Ted que tomara una foto del grupo y por último se tomó una a solas con el guía. Pidió permiso de subir las fotos y videos del grupo. Marla y Ed se lo concedieron encantados, para recordar la experiencia desde otros ojos. Ted estaba más que encantado y siempre trataba de que en las fotos y videos saliera muy claro el nombre de la empresa. Cindy y Lou parecían estar impuestos a viajar por muchos sitios, en la mañana cuando desayunaron en la posada compartieron experiencias y sus pasaportes estaban casi llenos de sellos.

    Rumbo a mediodía se divisaron unas nubes oscuras que no le gustaron a Ted, aun así, continuaron caminando montaña arriba. Con las nubes vino el frío y viento. Primero como una ligera brisa y alguna ráfaga ocasional, luego se hizo más presente y constante. Se subieron los cierres y enfundaron guantes. El paisaje se fue oscureciendo hasta que cayeron las primeras plumas de nieve. Ted preguntó si querían continuar o bajaban de una vez para huir de la nevada advirtiéndoles que estaban más cerca de la cabaña que de la camioneta y era su decisión, pero si bajaban tardarían más y la nevada parecía que venía fuerte. 

    Tierras Polares pensaba que esa cabaña sería del complejo para esquiadores, pero se trabaron los planes y la construcción se quedó como la parada para los turistas más avanzados, aquellos que tenían experiencia con el alpinismo (y que pagaron un tour un poco más caro). Un par de años atrás fue sede de un equipo de grabación en la que una bebida energética grabó un comercial de snowboard.

    El grupo decidió subir lo que quedaba para llegar. No querían tolerar el frío durante tanto tiempo. El guía iba a avisar a la base cuando un estruendo se escuchó en el cielo y retumbó por los alrededores. Fue un chispazo de estática que hizo que algunos se les erizara el cabello y la radio de Ted crepitó durante unos segundos, sonó interferencia y se apagó. El sonido del viento fue lo único que se escuchó hasta que el guía ofreció una explicación para calmar los nervios.

    —El aire debe estar ionizado. Vamos, apuremos el paso.

    El guía se colocó las gafas protectoras e instó a los demás para que hicieran lo mismo. Avanzaron. La nieve arreció y pronto el caminar resultó más difícil. Marla se hizo bolita dentro de su chamarra, botas y guantes. Pronto la punta de la nariz se le tiñó de rojo como la de Rodolfo el reno. A Ed nunca le había parecido tan hermosa con sus chapetitos carmesí hasta que el frío cortante lo sacó de sus pensamientos. Cerró muy bien la gorra de Marla para que no tuviera piel descubierta. Miró alrededor. ¿Eran alucinaciones suyas o había un tono verdoso en el aire? Una especie de neblina los envolvía haciendo más difícil el avance. 

    Ted gritó -para hacerse oír- que la cabaña debía estar a unos quince minutos, si apuraban el paso. La nieve se volvió más pesada aun junto con la extraña neblina verdosa. Ninguno comentó aquella rareza, estaban asustados, tampoco dijeron nada sobre el crepitar que parecía brotar chispas en el ambiente.

    "Aire ionizado" se repetía Ed una y otra vez, quizá a eso se debían las auroras boreales. ¿Estarían dentro de una? ¿Eso era posible? Dejó de pensar, la cabeza le dolía por el frío y el zumbido del aire. Las orejeras parecían no servir mucho.

    Algunas ráfagas hacían que perdieran el paso junto con la acumulación de la nieve. ¿Cuánto tenían caminando? ¿Diez minutos, una hora, tres? El tiempo se volvió elástico y no había referencia de luz solar. Los relojes estaban debajo de la ropa y ninguno se preocupó por eso, querían llegar lo antes posible a la dichosa cabaña.

    Marla iba del lado de la montaña, Ed a su derecha justo detrás de Ted. Ocasionalmente escuchaba palabras sueltas que salían de la radio de Ted -quien volteaba al grupo de vez en cuando para cerciorarse que todos seguían con él- ¿Los de la oficina le estarían avisando de la tormenta? ¿Mandarían ayuda? ¿Cuál era su protocolo para estos casos? 

    La visión era paupérrima, pero se las arregló para ver cómo el grupo luchaba contra las inclemencias. El paseo tranquilo parecía haber sido hace mucho tiempo. Ahora eran seis personas en peligro. La situación pronto se volvió de pánico, y aunque Ed sentía preocupación debía verse fuerte para que Marla no lo notara. Ella iba con la cara al suelo mientras lo tomaba de la mano y se dejaba guiar. El viento arreció más. Ted gritaba para hacerse oír, pero aun así casi no se escuchaba. La nieve casi ocultó lo que antes había un gran sendero bien señalizado, apenas lograba ver la espalda del guía.

    La pareja, Cindy y Lou iba detrás, y el chico -cámara en mano- marchaba hasta el último. La tormenta parecía no tener fin, hasta que de pronto Ted se detuvo. Ed lo tocó por la espalda y no rompió el contacto. El guía forcejeaba con algo, tenía la vista al frente, solo veía un denso muro gris verdoso de nieve, frío y aire.

    Eduardo distinguió un marco y comprendió qué habían llegado a la cabaña. Ted se quedó en la entrada esperando a que los demás entraran. Marla entró primero, luego Ed. Se fueron a un rincón a cerciorase que el otro estaba bien. Temblaban. 

    Cindy y Lou entraron después y Trevor vino segundos después. Cuando se cerró al puerta nuestros oídos descansaron del gélido viento. Poco a poco pudieron reaccionar. Ted estaba sintonizando canales de emergencia en su radio, miraba con incredulidad el aparato. Trevor, el chico de los videos, preguntó cómo funcionaba la chimenea y en un santiamén se dispuso a encenderla. Pronto el fuego dio algo de alivio y relatividad.

    —La tormenta fue más fuerte de lo que se esperaba —mencionó Ted mientras trataba de ver al exterior, todo era líneas grisverdosas con nieve girando violentamente en todas direcciones—, nos tomó por sorpresa... Bueno, este lugar está preparado para estas ocasiones. Tenemos suficiente comida, agua embotellada y madera para aguantar hasta que pase el temporal. Solo espero que la nieve no cubra la cabaña —añadió en voz baja mientras seguía tratando de comunicarse. 


    II

    No era la primera tormenta que la señora Parrish veía, tampoco sería la última, pero sí la que más recordaría hasta el final de sus días. Justo después de mediodía las nubes oscuras se asomaron detrás del monte Revelación. Los muchachos iban para allá ¿no? Dios los proteja.

    A pesar de la distancia, las nubes se escuchaban que venían zumbando, como cuando traen granizo. Las nubes tenían un extraño color verdoso, al principio pensó que era por la distancia y sus viejos ojos no funcionaban del todo bien, pero conforme se fue haciendo tarde y el verdor de aquella extraña neblina se volvió más contrastante, se convenció de la verdad. Algunas auroras tenían ese color, pero las nubes no, nunca. Parecían venir cargadas de electricidad pues la televisión y radios se volvieron locos. Lo curioso es que solo en la montaña había ese tono, las nubes que estaban sobre Barritz y alrededor eran tan comunes como siempre.

    A eso de las tres de la tarde hubo un corte de electricidad y todo en silencio salvo por crepitar del fuego en la chimenea. De vez en cuando los focos titilaban como si la corriente quisiera volver y no tuviera la suficiente fuerza. 

    Barritz se quedó en silencio.

    Las nubes se alejaron y el sol continuó brillando sobre el pueblo, pero el Revelación seguía cubierto de una niebla verde brillante, luego oscuro y brillante de nuevo. Era el espectáculo más extraño y hermoso que había visto jamás. "De seguro los muchachos se quedaron en la cabaña que hay sobre la montaña, Dios los cuide" pensó la viuda Parrish mientras cerraba las cortinas para poder quedarse dormida.


III

    Cuando dejó de nevar se apreció la noche. O lo que para la región era la noche en esta época del año. Lo cual significaba que el sol casi se ponía por detrás de las montañas, pero incluso a media madrugada parecía como si apenas estuviera amaneciendo.

    La nieve no cubrió la cabaña, pero llegó a la mitad de la ventana. A los turistas les sorprendió descubrir que no se divisaban la luna ni estrellas lo que quería decir que estaba nublado. En la cabaña había una media luz tirando a oscuro, el resplandor del fuego en la radio, ninguno de los celulares tenía señal y el reloj de Trevor anunciaba que eran las 3:42, sin embargo, uno era digital y todos los aparatos funcionaban mal o de plano no encendían. El reloj de Ted marcaba las 8:24 así que guiaron por este. El guía dijo que hacía muchos años que una nevada primaveral no era tan fuerte. Gracias a Dios nadie había resultado herido, solo el susto y el frío que se pasó con una taza de chocolate caliente. Decidieron comer comida enlatada y pasar la noche allí. Ted estaba seguro que para el día siguiente todo pintaría mejor, el sol ayudaría a ver en claro y subir la temperatura.

    —Con suerte mañana mandarán rescatarnos o se pueda reestablecer contacto —dijo Ted en el tono más amable y optimista que pudo. No debía alarmarlos.

    Ed no tenía tantas expectativas, la comunicación se cortó desde mucho antes de avisar que al menos habían llegado al mirador y los teléfonos no tenían señal. "Ellos sabrán qué hacer" pensaba para tranquilizarme. Él y Marla durmieron junto a la chimenea -ella prefirió el calor y había que vigilar el fuego-, Trevor del otro lado. Ted estaba junto a la puerta mientras Cindy y Lou ocuparían la cama en una de las dos habitaciones. Querían privacidad.

    —Tengo miedo —le confesó Marla en un susurro. Su mirada delataba pavor.

    —Todo estará bien, estas cosas ocurren todo el tiempo —trató de sonar tranquilo esperando que le creyera.

    Sin nada más qué hacer, y, a pesar de estar preocupados, el cansancio los venció una vez más y se quedaron profundamente dormidos así que nadie vio la luz verdosa que invadió la cabaña. Tampoco se dieron cuenta de que los aparatos se apagaron por completo, los circuitos se dañaron quedando inservibles...


IV

    Eran las diez de la noche y en las oficinas de Tierras Polares había un caos.  Dave miraba todas las pantallas que tenía a mano en busca de alguna señal, solución o respuesta. Supo que hubo cortes de electricidad, por precaución la mayoría de las personas en Barritz tenían sus propios generadores a gasolina. La computadora mostraba una imagen en 3D del mapa de la zona mostrando un núcleo de tormenta junto en el monte Revelación.

    Las frecuencias de las radios mostraban cuatro en verde y uno naranja, el de Teodoro (prefería que le dijeran Ted). El grupo de la camioneta 01 tenía planeado ir al Revelación, el clima era bueno y no anunciaba ninguna tormenta. Fue algo inesperado. La tormenta llegó tan rápido que no la vieron hasta que estuvo encima. Era increíble que en pleno siglo veintiuno y con tanta tecnología siguieran ocurriendo estas eventualidades. El GPS de la camioneta dejó de funcionar a las 10:27 cuando se apagó el motor. Dave sabía que del estacionamiento al mirador se hacía una media hora a buen paso, pero Ted a veces abusaba con las explicaciones. Lo último que escuchó por la radio fue que habían llegado al estacionamiento y estaban listos para partir.

    ¿Habrían llegado al mirador? La última señal del GPS personal de Ted marcaba un punto medio entre la camioneta y la cabaña, justo cuando las computadoras lanzaron datos increíbles de la extraña tormenta.

    Parecía que se había formado allí de pronto, claro que había corrientes de chorro del norte y sur, pero a miles de pies de altura, no tendría que provocar el daño visto. No solo en los equipos cercanos al Revelación, sino que las camionetas 02 y 03 se apagaron justo al mismo tiempo. Por suerte los conductores Bort y Paul pudieron controlar la situación. Sus grupos estaban más cerca de Barritz (uno en el viejo campamento y el otro junto al lago Ort), llegaron inmediatamente a las oficinas y reportaron su situación. En Barritz se había cortado la corriente durante la tarde, suerte que cada negocio tenía su propio generador, pero las comunicaciones del exterior no se reestablecieron. Tierras Polares tenía contacto directo con los servicios de emergencia y había un caos en el pueblo de modo que se concentraron en ello. De todos modos, el acceso al Revelación estaba cortado. La nieve cayó en Barritz con menos fuerza que en la montaña, pero desde la distancia se veía que la elevación sufría en demasía.

    —¿Verde? —preguntó Dave en voz alta. Su colega, Antonio; y Miranda, la secretaria, no contestaron. Los tres estaban hipnotizados con las nubes giratorias que envolvían al Revelación.

    Antonio regresó a su escritorio en busca de datos que no llegarían. Miranda continuó con la redacción de documentos legales. Dave siguió mirando por la ventana con los dientes y puños apretados. Genuinamente estaba preocupado por Ted y las personas, antes de ser clientes eran humanos. No pensaba en las demandas sino en su salud y bienestar. Trató de ir él mismo al monte, pero se enteró que el puente estaba intransitable, al parecer la nevada fue copiosa.

    No había forma de mandar ayuda, los vientos eran fuertes, la nieve, el frío... miles de detalles que evitaban el rescate. Era como si la tormenta no quisiera devolverlos.

    Rogaba a Dios que Ted hubiera podido llegar a la cabaña. Hasta que el caos de la oficina se vio interrumpido por el crepitar de la radio.

    —yuda!!! ías... trapados...

    Las voces se escucharon viciadas, las palabras cortadas. Aun así, Dave reconoció la voz de Ted, tomó la radio y habló:

    —¿Ted? ¿Cómo están? ¿En dónde están?

    No se escuchó nada por unos segundos. Todos en la oficina miraban la radio con desesperación, queriendo reestablecer la comunicación a base de miradas.

    —Cabaña... días... ayúden... mioneta... rápido... ¡Ya vienen!

    Después de la última frase la radio crepitó con sonidos estridentes, luego, entre los sonidos agudos les pareció escuchar gritos y chillidos. Prefirieron pensar que era producto de la mala comunicación y las fallas en la misma. Ninguno se atrevió a exteriorizar sus temores, pero desde ese momento supieron que las cosas no iban nada bien.

    Barritz estaba atendiendo las emergencias y todo parecía indicar que al día siguiente las cosas mejorarían pues el sol estaba solo en el cielo nocturno, señal de que la tormenta había pasado.

    La mañana traería respuestas. Dios quisiera que todos estuvieran bien.

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