Capítulo I: Barritz

Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.


 I 

    Era el primer viaje que Marla Roldán y Eduardo Vera hacían como pareja. Llevaban ocho meses saliendo y todo iba de maravilla. Después de mucho pensarlo se decidieron por Barritz, un lugar muy turístico y pintoresco de Alaska ubicado a unos sesenta kilómetros de Anchorage. Uno de esos viajes que son rústicos de los que vas a un pueblito y te hospedas en una gran y antigua casa familiar en vez de un lujoso hotel.

    Su idea fue ir a principios de primavera -los últimos días de abril-, cuando el deshielo forma ríos de un gélido azul hermoso y la temperatura es menos agresiva con los turistas. En Barritz hay muchas cosas qué hacer: se puede ir a las reservas naturales donde caminar, viajar en canoas, rentar cuatrimotos o paseos a caballos (pero esto tenían precios más caros), reuniones al calor de la fogata y un largo etcétera. Actividades que de verdad te ponen en contacto con la naturaleza, estilo de turismo diferente, pacífico y alejado del bullicio de las grandes ciudades y conglomeraciones de gente. Además, apreciarían de primera mano el sol de medianoche, pues debido a la inclinación de la Tierra, en esta época del año, el sol está casi siempre presente en el cielo. Una semana viviendo en tales circunstancias les daría una buena idea de cómo funcionarían al vivir juntos, si todo iba bien, habría una boda.

    Oh, sí, ella es la indicada, él es el adecuado.

   Eduardo se estresó un poco con el vuelo, para Marla todo resultó sencillo. Él nunca había volado mientras ella tenía unos cuantos viajes en su haber. Del aeropuerto tuvieron que subir a una avioneta Cessna 320 de seis plazas que los llevaría a Barritz. Allí los acompañaron otras personas que compartieron el tour: una pareja de unos 40 a 45 años y un muchacho que subía videos a YouTube. Platicaron lo básico para conocerse y romper el hielo, después de todo, convivirían con mayor frecuencia durante la semana. 

    Tomaron altura. Ed se aferró a los asientos con las veinte uñas. Las vistas eran maravillosas. El blanco de la nieve se extendía por todas partes interrumpida por manchas de bosque verde oscuro, caminos usados por mineras y aserraderos y algún que otro lago y río esparcidos por el amplio paisaje. Las montañas se antojaban de hielo macizo espolvoreadas de blanco mientras el azul del cielo daba cierta tranquilidad.

    —Es interesante ver ese cielo tan azul —dijo el piloto—, aquí el clima puede cambiar tan rápido que es cosa de locos —y como si la naturaleza quisiera enfatizar su comentario sufrieron una ligera turbulencia. Eduardo tomó la mano de su novia—. Choque de corrientes —anunció como si fuera lo más normal del mundo.

    Nadie disfrutó el resto del vuelo -salvo quizá por el piloto- debido a las turbulencias. Sintieron un enorme alivio cuando la avioneta se tocó la pista y avanzó hasta detenerse por completo. A todos les pareció que Barritz estaba más frío que Anchorage, quizá porque estaban más cerca de las montañas; la primera era el principal atractivo turístico: el monte Revelación.

    Mientras todos estaban maravillados por los macizos que se alzaban más allá de la vista. Trevor, el tipo de los videos, se fijó en el hangar al final de la pista. Una camioneta jalaba un remolque y sobre él los restos retorcidos de una avioneta.

    —La semana pasada tuvimos una repentina tormenta de nieve, de las últimas de la temporada. A veces traen aire y lluvia, otras, nieve o granizo. Llegan rápido y no duran más de unas cuantas horas. El tipo tuvo buena suerte.

    —Desde luego, su avioneta se accidentó en aquella elevación de allá —apuntó al Revelación— cuando tomaba altura. Si hubiera estado más alto o más lejos... Pudo haber sido mucho peor.

    "Bonita forma de empezar las vacaciones" pensó Eduardo sin decir nada más.


II

    La primera "noche" resultó ser perfecta para la joven pareja, ya antes habían dormido juntos, pero nunca en un sitio tan romántico. Barritz era un pueblo en medio del bosque, al pie de una cadena montañosa, por un lado pasa el río con las aguas más azules que habían visto. Cabañas de madera o ladrillo con techo de dos aguas y los edificios más grandes eran del ayuntamiento, el centro comercial -que era una tienda de abarrotes con una gran área destinada a productos para acampar- y las instalaciones de bomberos y policía. 

    Lo primero que hizo el grupo fue a instalarse en la posada Parrish, una enorme cabaña de madera maciza con varias habitaciones que resultó ser un lugar acogedor donde el amor nacía fácil. Después de la cena la señora Parrish los invitó a la gran sala donde una chimenea con un fuego crepitante los estaba esperando. Sirvió chocolate caliente con malvaviscos y les habló de las medidas básicas de seguridad.

    <<A menudo se nos olvida que la naturaleza es tan hermosa como peligrosa>>. la amable viuda les recordaba a esas abuelas amorosas, siempre pendiente de las necesidades de los demás. 

    Después de compartirles una o dos historias tanto de su juventud como del matrimonio, el grupo se conoció un poco más en la charla de sobremesa, luego, el cansancio, la deliciosa comida y el sueño se combinó y la cama los reclamó.

    En las habitaciones tanto el suelo como los muebles eran de madera barnizada. Camas con colchones esponjados y cobijas recién perfumadas con un reconfortante suavizante de telas les dieron la bienvenida.

    La mañana los sorprendió con pereza. Sin embargo, había un itinerario y tenían que cumplirlo. Desayunaron con algo de prisa, café o té según preferencia en el comedor de la planta baja. Una camioneta de pasajeros pintada de un chillante rojo, con focos en el techo y rótulos fluorescentes que decía Tierras Polares, se estacionó fuera de la posada Parrish. Era la primera mañana de excursión así que el guía -Ted, un hombre en sus cuarenta-, cazaba botas de senderismo, pantalones impermeables, una ligera chamarra (comparada a las enormes chamarras pluma de ganso típicas de invierno)- los esperó al pie de la camioneta con una sonrisa contagiosa. Llevaba un sombrero de alas flexibles que le permitía abrocharlas si así lo quería. Después de saludarlos, presentarse e intercambiar bromas, les dio muchas recomendaciones. No se cansó de recordarles que llevaran gorras o sombrero y gafas de sol.

    —Son absolutamente necesarias cuando se está en un lugar donde hay tanta nieve. El reflejo del sol satura la vista y quema los ojos y la piel. Hoy iremos de paseo a lo largo del río y luego nos internaremos más al bosque rumbo al viejo campamento. Habrá animales salvajes así que les pediré precaución y sentido común. Nosotros nos estamos metiendo en su territorio, no al revés. Respeto a la naturaleza, por favor.

    El chico que llevaba cámaras, Trevor, preguntó qué tanto estaba permitido grabar. Ted contestó que lo hiciera siempre y cuando no los molestaran. Trevor esperaba tener excelentes tomas, el muchacho subía sus videos a YouTube y éste sería su primer video de lo que él llamaba a su colección gélida, su sueño comenzó viendo los documentales del Discovery Channel y National Geographic. Su contenido estaba enfocado a conocer lugares como Barritz. Comenzaba a imponerse a grabar cualquier cosa que considerara importante, pero aún tenía la costumbre de plasmar sus profundos sentimientos en un diario personal, y secreto.

    Partieron hacia el este, sonrientes y expectantes a la aventura. El verdor del bosque que despertaba de su letargo invernal contrastaba con las manchas blancas de la nieve que aún no se había derretido. El color vívido de las aguas del Barritz -el pueblo se bautizó con el mismo nombre- deleitaba la pupila, se antojaban frías con solo verlas.

     —En esta época la temperatura suele ser agradable durante el día, pero en la noche sigue haciendo bastante frío; y, aunque no lo parezca hay que tenerle respeto al sol. La gente piensa que los lugares con playas son donde más hay radiación, pero aquí estamos más cerca del polo y los rayos ultravioleta golpean con toda su intensidad. ¿Se pusieron bloqueador solar? —no esperó a que respondieran.

    El viaje continuó a lo largo del río, por el lado derecho, habían salido de los límites del poblado. De vez en cuando veían zorros, lobos y alces.

    —Esta es la antigua ruta del oro, las montañas eran ricas en minerales, ya seo oro o plata. Los primeros colonos llegaron hasta acá, subiendo por el río buscando las piedritas en el cauce.

    Los turistas se maravillaron, había tanto qué ver y tan poco tempo para hacerlo. Quince minutos después llegaron al destino.

    —Este fue el primer campamento de los buscadores de oro —anunció mientras se bajaban. Ted metió unos datos en la computadora de la camioneta, dijo su posición por la radio y la expedición comenzó.

    El campamento resultó ser seis cabañas, cinco grandes y una pequeña -casi todas en ruinas- para guardar la herramienta, dispuestas en círculo alrededor de lo que parecía ser la fogata principal. Había un tejaban que antes sirvió como corral para los caballos. El río quedaba a escasos metros de distancia.

    La temperatura era de unos seis grados. Ted, el guía, parecía estar muy cómodo mientras los viajeros temblaban de vez en cuando, se frotaban las manos cubiertas con guantes y daban pequeños brinquitos. Ted sonreía para sus adentros, todos los turistas creían soportar el frio, pero cuando realmente lo conocían ya no era tan divertido. Cualquiera puede aguantar unas horas de frescura, pero el frío estando siempre presente, la humedad y las corrientes gélidas son cosas que pocas personas toleran.

    Teodoro Gómez, Ted, miraba al cielo en búsqueda de alguna anomalía climática. También checaba su GPS a cada momento, a veces los aparatos fallaban así que debía de corroborar que el mecanismo diera su posición exacta para que la empresa tuviera el registro correcto (Tierras Polares era muy estricto con eso). Marla y Eduardo se tomaban fotos casi siempre abrazados o besándose con un hermoso paisaje de fondo, Cindy Vanderfelt y Lou Betancourt se imaginaban como sería vivir en aquellas épocas mientras Trevor Feranka hacía tomas de cada cabaña para documentar sus videos. 

    La tranquilidad del viaje se vio interrumpida cuando se escuchó un lamento, como un quejido grave que provenía de las cuevas cercanas. Todos dejaron sus pensamientos de lado. Temerosos, se miraron unos a otros. El lamento se escuchó de nuevo más como si fuera un aullido de dolor. Miraron a Ted en busca de una explicación que no tenía.

    —Debe ser el viento que se mueve entre las grutas y sale por allá —señaló la cueva más cercana.

    A lo largo de sus años de experiencia había visto y escuchado muchas rarezas. ¿Cuántas veces se había asustado al oír ese tipo de ruidos? Sobre todo, en el antiguo campamento y en la cabaña que estaba en el Revelación. Todavía recordaba como hace seis años los dueños de Tierras Polares, unos jóvenes con ganas de emprender en el turismo invernal, los reclutaron para que se hiciera cargo de los recorridos. Estuvieron decepcionados cuando el gobierno no les dio los permisos para las estaciones de esquí y snowboard que eran la idea principal.

    Barritz es una zona conflictiva, climáticamente hablando. Un lugar con vientos traicioneros de temporada y ocasionales tormentas de primavera. Ted sabía algunas de las historias del viejo Barritz, historias que cada pueblo de montaña tiene: fantasmas, animales imposibles y tormentas extrañas. Solo le había tocado escuchar ruidos demasiado humanos como para confundirlos con animales, pero la vida en los fríos bosques es así, si te dejas llevar por la imaginación todo se volvía sobrenatural, sombrío y oscuro así que lo mejor era buscar explicaciones sencillas, aunque fueran falsas.

    Los turistas no se creyeron la explicación de todo, pero pronto lo dejaron pasar. Todos vivían en la ciudad y ninguno quería ser el típico citadino asustadizo blanco de las burlas de los locales. Continuaron su excursión que, después de todo, para eso habían ido.

    Avanzaron río arriba a buen paso, a veces les daba tanto calor que se abrían las chamarras, pero luego venía una ráfaga de aire frío que les recordaba no bajar la guardia. Comieron barras de granola y tomaron electrolitos para luego regresar al antiguo campamento donde volvieron a escuchar aquellos lamentos extraños.

    Hasta que se fueron a acostar no recordaron el incidente de las voces espectrales en el campamento. Marla no quiso platicar mucho, aunque fue ella la que sacó el tema.

    —¿Crees que el viento provoque los ruidos que escuchamos?

    —Puede ser —contestó Eduardo mientras la abrazaba para acorrucarse—, claro que también pueden ser los fantasmas hambrientos de las almas de viajeros incautos.

    La chica no contestó, en vez de eso se pegó más a él y cerró los ojos. Él le besó el cabello y lo dejó correr. Tenían ganas de hacer el amor, pero estaban cansados de caminar todo el día.

    Se durmieron pronto.


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