Se amaron casi desde que se conocieron. Él la miró tan perfecta, tierna y única. Ella lo vio simpático al principio, pero luego lo fue conociendo y descubrió lo cuasi perfecto que era. Protector, amable, una belleza de hombre.
La urgencia de irse a vivir juntos llegó pronto. Dicen que cuando las almas gemelas se reconocen les molesta estar separadas. Sus corazones ronroneaban como gatitos recién nacidos, acorrucados en el calor del otro.
Fueron meses de vivir en el paraíso hasta que la perpetua felicidad se fue diluyendo de a poco, como una fuga que se agranda con el tiempo.
Que si ella era demasiado celosa, que si él dejaba la ropa sucia fuera del cesto. Que si ella comenzó a platicar con sus compañeros del trabajo (especialmente con uno). Que si él se la pasaba jugando en la consola. Que si dejaron de salir a divertirse y, eventualmente, la cama que antes fue testigo de noches de amor perpetuo, ahora los veía en una guerra fría. Les nació un muro a mitad del colchón. Los gastos, que antes compartían sin pensar demasiado en ello, se volvieron un tema estresante. Sobre todo con la fecha límite del pago.
Quizás el amor se quemó rápido, como el diésel.
Las discusiones se volvieron cosa de cada día, sobre todo en las noches antes de dormir. En vez de reconciliar con una buena sesión de sexo y agotar las fuerzas sobre las sábanas, la cocina y sala se convirtieron en zonas de guerra. El apartamento que antes fue su oasis de calma, amor y paz -su espacio seguro-, se volvió una gruta de desesperación cargada de tensión ambiental.
—¿Otra vez vas a jugar? —preguntó con un grito retenido en la garganta. No quería gritarle, pero a veces la desesperaba tanto que casi lo hacía. ¿Por qué era tan importante mirar y dispararles a otros tipos dentro de una nave perdidos en el espacio? ¿Por qué HOY?
—Sí —contestó con la mirada fija en la pantalla de carga. ¿Qué más daba lo que hiciera? ¿Era mucho pedir relajarse después de un día pesado en el trabajo? ¿Por qué lo agotaba siempre?
—¿Te olvidaste qué día es hoy?
Trató de recordar la fecha. Todos los recibos estaban al día -hasta donde podía recordar-. Quitó la vista de la pantalla y la miró por primera vez en la noche. Había llegado a ese punto de no querer verla. ¿Para qué? Si solo había reproches porque se le había olvidado algo, porque no hacía esto o aquello y si lo hacía, lo hacía mal.
Estaba muy guapa, hermosa en realidad. Ella siempre estaba hermosa, pero cuando se arreglaba... se volvía en una diosa. Pero esta noche era una diosa fastidiosa. Que lo dejara en paz con sus juegos mientras ella les platicaba a los estúpidos del trabajo sus "problemas que parecen no tener fin". Le había leído algunos mensajes que tenía con un tal Kevin. No conocía al imbécil y que Dios se apiadara de él cuando se lo topara... Aunque no hubo conversaciones más allá de la amistad, ella no necesitaba amigos hombres. <<Es solo un amigo>> le dijo en aquella pelea donde la confrontó. La amistad entre hombres y mujeres no funciona, él siempre va a querer aprovecharse de ello, a menos que sea homosexual. Curiosamente su chica sabía diferenciar entre cientos de colores parecidos, pero no podía saber cuándo algún imbécil la pretendía (ajá).
Ella lo miró, tenía esa estúpida cara que ponía cada que le pasaba algo y trataba de pensar qué era. Él no la escuchaba, hace mucho dejó de hacerlo. Dejó de importarle cómo le fue en el día, incluso parecía molestarle aquellas charlas tontas sin sentido que, cuando comenzaban a conocerse, tanto le gustaban tener. Compartían la tontería...
Ahora lo único que parecía importarle era esa maldita consola. Cuando se embobaba en esos juegos su sonrisa nacía de nuevo, sonrisa que a ella le regalaba cada que la veía. La mirada que se iluminaba al estar cerca de ella ahora se concentraba en unos pixeles en la pantalla. Se sentía sola ¿era un crimen querer que la escucharan? Kevin era un compañero de trabajo, quizás un amigo y nada más. Él la escuchaba, la entendía y, a veces, le regalaba dulces o pequeños panecitos con fresa que tanto le gustaban. Era atento, nunca le dijo cuáles eran sus panes preferidos, pero él lo notó. Sin embargo, era solo un amigo. Nada saldría de allí. Pero su novio no lo entendía, le reclamaba que la quería llevar a la cama... Le dolió saber que su novio pensara que solo eso podía ofrecer. Claro, no soy una buena compañía, no soy interesante ni tengo una plática amena ¿verdad? solo soy un par de piernas.
—¿Qué día es? —Escuchó su voz, esa voz que antes la volvía loca, ahora la fastidiaba. ¿Cómo que no sabes qué día es?
No le contestó. Estaba lastimada. Dolida. ¿Cómo se le pudo olvidar algo tan importante? Ah, pero no se le olvidaba los días de lanzamiento de sus malditos videojuegos, no se le olvidaba discutir con ella por cualquier nimiedad. No se le olvidaba hacer comentarios groseros acusando de infidelidad.
Él se quedó esperando la respuesta. No le dijo nada. ¿No que tanto quería comunicarse? Siempre que se trata de contestar se queda callada y luego dice que no la escucho.
Vio que tomó su bolso junto con las llaves del auto. Su auto, no de ella. Cruzó la sala hasta llegar a la puerta, antes de que tocara el pomo, le preguntó:
—¿A dónde vas?
—No creo que te interese.
—Yo no soy el que hace preguntas estúpidas y luego no quiero la respuesta.
Ella se cabreó aún más. Las lágrimas comenzaron a salir, no por el dolor sino por desesperación y frustración.
—¿Sabes qué? Mejor me voy antes de que diga una idiotez.
—Dices que quieres comunicación y luego te encierras. Y ahora seguramente te vas con tu amiguito. Al menos usa condón, no quiero que me enfermes.
Recibió su acusación como un balde de agua fría. Su corazón -que hace tiempo dejó de ronronear- se detuvo, congelado por el abatimiento. ¿Cómo era posible que creyera eso?
—¿Por qué me dices eso? ¿Cómo te atreves? —soltó las palabras entrecortadas. Su garganta estaba cerrada por el dolor, ira y decepción. Su visión se le nubló. Su corazón lastimado latió en una arritmia sentimental.
Él no le contestó, se limitó a seguir mirando la pantalla de pausa. Ella dejó las llaves del auto en la barrita de la entrada y se fue llorando al baño. Él supo que la había cagado, nunca le gustó que llorara, mucho menos por su causa. Apagó la consola y la siguió.
La encontró desmaquillándose frente al espejo con surcos de lágrimas recorriendo su precioso rostro. Se miraron a través del espejo. Dolida, enojado.
—Lo siento —dijo en un tono tan bajo que apenas se escuchó por el sonido del tráfico nocturno. Trató de acercarse a ella, pero no lo dejó. Ninguno se atrevía a mirarse de frente, toda comunicación fue por el reflejo. Así pasó un largo minuto de tenso silencio.
—Es nuestro aniversario —dijo al fin con la voz quebrada—, cosa que no te importó.
Sí, la había cagado, no se acordó de la jodida fecha. Pero era un día como cualquier otro ¿no? Es decir, mañana podían celebrarlo, igual habría pasado un año. Sabía que, aunque lo del aniversario era importante, lo que la había lastimado era el comentario del preservativo. Sí, fue al calor del momento, pero ¿Qué esperaba que pensara si últimamente se la pasaba exhibiéndose ante ese imbécil del trabajo? Quizá se excedió, pero ella también lo había hecho...
—Lo lamento, se me olvidó —en un pálido intento por arreglarlo agregó: — Aún podemos celebrarlo.
Ella entornó la mirada. Pensó antes de escupir la verdadera respuesta que el amor de su vida merecía.
—Déjame, en estos momentos no quiero verte.
Él, cabreado por la respuesta, decidió presionar un poquito más. ¿No quería hablar? Pues que se desahogara en vez de reprimir toda esa mierda que se notaba tenía ganas de soltar.
—Sí, se me olvidó el aniversario, no es tan grave.
—Claro que lo es. No puedes olvidar un día tan importante.
—Es un día como cualquier otro —notó la ira en su mirada, algo que solo había visto cuando se quejaba de su trabajo o de alguna decisión estúpida de su amiga, algo que ocurrió miles de años atrás—, solo quiero decir que todos los días son importantes cuando estamos juntos.
—No hagas esto, no actúes como si lo nuestro te importara —levantó la mano para detenerlo ya que quería abrazarla.
—¿Solo por un día?
—Sabes a qué me refiero. Parece que no te interesa. Ya no eres como antes...
Pensó en responderle que ella tampoco era la misma, que a veces todo cambia, que el vivir juntos altera ciertas cosas, la cotidianeidad, sobre todo. Pero se quedó en silencio, cuando ella se ponía así no había poder que la hiciera cambiar de opinión y la verdad no tenía ganas de perder su energía. Decidió dejarla en el baño, que hiciera su berrinche, que continuara con su drama sin sentido, quizá mañana se sentiría mejor para arreglar las cosas. Tenía un par de meses esperando a que ese mañana llegara.
Frustración.
—Eso, te vas —le dijo la voz ahoga—, ya ni siquiera te importa fingir interés.
—¿Crees que no me interesas? Entonces dime por qué sigo aguantando ¿eh? Si no me interesara, si no te amara ¿por qué seguiría aquí?
—¿Aguantar qué? ¿Estar conmigo es algo tengas que aguantar?
Suspiró con pesadez, la pelea acababa de comenzar. Bueno, ella tendría respuestas, si era lo que quería, lo obtendría.
—Aguantar tus estupideces. Haces drama por nada. Sí, se me olvidó el aniversario, tremendo pecado. Se pude arreglar, pero en vez de eso decides seguir acusando y
—¡Tú fuiste quien me acusó primero! Insinuaste que iría a dormir con alguien.
—Bueno, si ya no lo haces conmigo...
—¿Mis estupideces? ¿Entonces soy una estúpida? Hago drama —hizo comillas con ambas manos— porque ya no sé cómo acercarme a ti. Te alejas. Solo te importan tus jueguitos. Sería más fácil si te mandara un mensaje. Te la pasas pegado a tu teléfono.
Pensó en dejar las cosas allí, pero le diría el secreto: ella sabía que él veía mujeres en bikinis o poca ropa mientras hacían bailecitos estúpidos en todas las redes sociales que tenía. Cuando lo descubrió se sintió mal. De haberlo conocido así no hubiera importado mucho, suponía que se había impuesto, además, solo veía. Eso era antes, ahora pensaba que ella dejó de atraerle físicamente, quizá la seguía queriendo, pero como el amor a los hombres les entraba por los ojos... Ella no era gorda, cierto que quizá tenía un par de kilos de más, pero nunca se sintió mal por ello. Y él tampoco mencionó nada, es más le resultaba <<deliciosa>> según le dijo.
Total, cuando no estaba jugando miraba cientos de mujeres bailando al día. ¿Cuándo dejó de ser suficiente? Se metió al gimnasio, pero ¿por qué solo ella se esforzaba? ¿por qué él se alejaba cada vez más?
Había veces que lo mejor era dejar de pensar.
—¿Sabes qué? Así déjalo —él suspiró con pesadez— ¿quieres ir a cenar?
—¿Quieres arreglarlo todo con una cena? ¿Crees que puedes ser el mayor idiota y luego venir a intentar con flores, cenas y chocolates? ¿Crees que así...?
—¡Cállate! —le gritó por vez primera, aunque no ya lo había pensado desde hace mucho— ¿no puedes solo decir no y ya? Siempre tienes que seguir presionando todo hasta que lo rompes.
—¡Lárgate! —lo empujó sin fuerzas, lo quería cerca, lo amaba, pero la estaba lastimando. Palabras y acciones que la herían. ¿A dónde se fue el amor? ¿Cómo pudo cambiar tanto?
—¡Cálmate! —Le exigió con los brazos en alto. ¿Se deschavetó por que dio en el clavo con eso de que iba a acostarse con otro? ¿Había descubierto -por pura casualidad- su secreto? ¿Por eso sobre reaccionó, por qué se vio descubierta?
No, ella no podía hacer eso. Se amaron desde casi el comienzo. Ella lo era todo, él se sentía su todo también. ¿Había cambiado algo? Cuando algo tan importante cambia uno debe de darse cuenta ¿no? Todos sabemos cuándo dejamos de ser amados, o deberíamos sentirlo. Deseó con todas sus fuerzas el poder abrazarla y que todo terminara como en discusiones pasadas, con ella encerrada en sus brazos, sollozando y restregándose con su pecho. Deseó que las cosas fueran más sencillas. Pero la miró a los ojos y observó odio reprimido. Él también se estaba molestando de verdad. Sería mejor salir a despejarse. No quería enojarse con ella, no sin una buena razón.
Malentendidos.
Caminó a la puerta, pero ella le bloqueó el paso.
—¿A dónde vas? ¿Te vas a ir en nuestro aniversario?
—¿Y qué quieres que haga? No quieres cenar, no quieres nada. Te comportas como una niña berrinchuda, necia y estúpid...
No alcanzó a terminar la palabra, no fue necesario. Ella le dio una cachetada que le dejó la mejilla rota y ardiendo. Sintió el lado izquierdo de la cara inflado como un globo.
Se enojó. Le había dado una razón.
La empujó un poco, no usó mucha fuerza, pero ella era tan frágil que su cuerpo aterrizó en la barra de la entrada, se golpeó en el riñón y el dolor la invadió por todos lados, física y emocionalmente. Su mente la abandonó por un momento, se negaba a procesar lo que acababa de pasar. Sí, ella lo golpeó primero, pero nunca pensó que él la lastimaría, al menos no con golpes. ¿A esto se redujo su felicidad? En miles de pensamientos decepcionantes, de ira reprimida, dolor y añoranza del pasado. Vio como el amor de su vida salía por la puerta para nunca volver.
Él salió en un estado de trance. Tampoco podía creer lo que había hecho, solo fue un toquecito de nada, pero de alguna forma empezaban las cosas, no quería llegar a ese extremo de violencia. Al parecer ya estaban en esa etapa.
Subió al auto, enfermo y asqueado de sí, de ella, de todo. Salió directo al tráfico nocturno que hoy estaba más pesados que en noches anteriores, las lluvias de agosto dieron tregua y los citadinos salían a divertirse mientras él se sentía una mierda. ¿Cómo el mundo podía funcionar así? Unos sufriendo y los otros siendo felices como cerdos en lodo. No tenía rumbo fijo, no importaba a donde fuera, lo que quería era huir de sí, no quería estar consigo mismo. Ojalá fuera tan fácil. Las luces de los autos se convirtieron en manchas borrosas.
Comenzó a dolerle la cabeza. Pensamientos hirientes poblaron su mente y la vista se le nubló. Aceleró más, queriendo llegar a ese lugar donde estuviera en paz, donde no tuviera que pensar.
Aceleró aún más sin poner atención al camino. ¿Qué importaba la ciudad si su corazón estaba en un infierno? Había llegado a una importante intersección y no miró que el semáforo estaba en rojo. Tampoco vio al tráiler que lo embistió despedazando el auto por la mitad. No sintió nada, en menos de un parpadeo todo terminó. Su cuerpo quedó a mitad del periférico atrapado en la bola de fierros retorcidos que no hace mucho fue la cabina del automóvil.
Él murió pensando en ella, amándola y lamentándose por lastimarla. No hacía diferencia, pero ojalá ella lo hubiera sabido...
Estaba acostada en el sillón, con la vista mojada y los ojos secos. Se había cansado de llorar. Gritó de coraje teniendo la precaución de ahogar su voz con el cojín en forma de corazón que él le regaló en las primeras semanas de noviazgo. Sus ojos veían los edificios a lo lejos con luces en las ventanas, algunos trabajaban en un proyecto especial, otros estaban en sus apartamentos, sonriendo. Quizá haya parejas haciendo el amor en este momento mientras ellos estaban peleados. La peor pelea hasta ahora. ¿Por qué cada pelea era peor que la anterior? Era como si estuvieran afanados en romper el récord. Cada vez estaban más distanciados, eran más crueles y lacerantes entre sí. ¿Cuándo cambiaron los besos por acusaciones?
Maldito, amaba al maldito. Falta de comunicación. Ni siquiera podía hablar de buena forma con la persona que más amaba. Y ahora estaba quién sabe en donde, haciendo quién sabe qué cosas. ¿De verdad pensaba que se acostaba con otro? ¿Y si él hacía lo mismo? ¿Y si le pagaba con la misma moneda y ahora se lo había servido en bandeja de plata? ¡Dios! ¿Cómo todo se echa a perder tan rápido? ¿Lo esperaría hasta que regresara? ¿Regresaría? Tenía que volver por sus cosas, al menos.
Recordaba que así habían sido algunas noches de su infancia, con su padre regresando ebrio a altas horas de la madrugada mientras su madre trataba de tranquilizarlo, que no hiciera mucho ruido y se acostara rápido, minimizar los daños.
No supo cuánto tiempo pasó, pero la mayoría de las luces que veía en los otros edificios se fueron apagando, como su estado de ánimo... En algún momento mientras se estaba quedando dormida su celular sonó.
Recordaría esa llamada el resto de su vida...
Dos meses... Quisiera pensar que eras una de las estrellas que miro cada noche. Que en la eternidad estas brillando para mí. No puedo dejar de sentirme culpable por lo que pasó. Sé que hubo tantas cosas que pudieron ser diferentes, estarías conmigo o quizá no, pero vivo. Fue demasiado violento cómo terminó todo.
Te amé desde que te conocí. Te amé cuando me propusiste ser novios. Te amé la primera vez que me hiciste tuya. Te amé incluso cuando me dijiste cosas feas y saliste por última vez de nuestro apartamento... Aquél que fue nuestro nidito de amor, al menos al principio. Te amé tanto y me mata no tenerte más, no volver a acorrucarme en ti, a no oler tu perfume natural, a ya no sentir tu calor en la cama. ¡Te extraño tanto! ¡Me haces tanta falta! Y si pudiera, cambiaría tantas cosas... A las almas gemelas les duele estar separadas y aunque pasamos por tanto dolor, sé que eres mi alma gemela. Por eso miro al cielo en las noches despejadas como esta, igual a la que te fuiste, por si te encuentro brillando en medio de mi oscuridad.
- J. A. Valenzuela
Así de complicados somos los humanos sin darnos cuenta que las cosas bellas de la vida las tenemos a simple vista. Un excelente relato para reflexionar...
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