Las llamadas de mi ex

Desde hace seis días comencé a recibir llamadas de mi ex. Siempre a la misma hora. Todas las mañanas mi celular sonaba a las cinco en punto.

Trabajo como velador en una plaza comercial así que no me incomodaba hablar con ella. Nuestra relación duró poco más de cinco meses. Resulta que para lo único que nos entendíamos bien era para el sexo, en lo demás fuimos un desastre. Cada uno tomó su camino sin reproches ni enojos, simplemente no nos entendimos. Ocasionalmente nos veíamos en algún hotel, pero teníamos casi un mes sin nada de nada. Quizá no era lo más moral, pero nos la pasábamos de puta madre, aunque oficialmente y a vista de todos cortamos ni siquiera nos hablábamos desde hace unos meses.

Nos comunicábamos por mensajes así que la primera vez que recibí su llamada me asusté, pensé que había pasado algo malo, pero no.

"Hola, no puedo descansar y sé que estás despierto a estas horas, se me hizo bueno hablarte".

Desde allí platicábamos de todo y de nada, decía que estaba cansada y triste, no por lo nuestro sino de la situación en general. Me preguntaba cómo me iba, de qué trataba el trabajo, preguntaba si tenía nueva novia y cosas así.

Jactaba de conocerla y como siempre me hablaba a la misma hora, supuse que quería decirme algo importante, pero no se atrevía. La llamada de hoy fue distinta:

—Hola.

—Hey —su voz se escuchaba cansada y lejos, como si tuviera el teléfono lejos de su boca.

—¿Cómo estás? —pregunté preocupado, era una buena chica a la que nunca le había escuchado deprimida salvo en estas llamadas.

—Quisiera estar mejor —dijo entre pausas.

—¿Por? ¿Te ocurre algo? —Me puse nervioso sin saber por qué.

—Sí.

—¿Quieres que nos veamos? Para hablar —aclaré. Como dije, en nuestras visitas casi no platicábamos.

—Te espero en el viejo mirador, donde fue nuestro primer beso, ven rápido —dijo casi susurrando.

—Salgo a las siete. ¿Necesitas ayuda?

No respondió, colgó después de unos segundos. Me quedé muy preocupado. Faltaban unas horas para que terminara turno, no podía hacer nada. Los demás conocidos en común estarían dormidos y si fuera algo fuerte seguramente les hablaría a otras personas. A lo mejor yo estaba exagerando todo y quizá ella solamente tenía un lapsus de nostalgia.

Eso debía ser. Traté de tranquilizarme y ver noticias en internet por si había una especie de emergencia en la que estuviera involucrada. Afortunadamente no pasó nada, pero me quedé inquieto.

A las 6:50 llegó el guarda de la mañana y después de saludarnos, hicimos el papeleo. A las 7:06 estaba en mi viejo Neón que alguna vez fue rojo.

Conduje hasta el Cerro del Coronel, la ciudad pronto sería un infierno entre el calor y tráfico, pero por lo pronto era acogedora.

Subí la cuesta y estacioné justo donde nos besamos aquella vez, la primera vez que probé sus labios. Salí a estirar las piernas y miré a todos lados por si la veía. Pensé que ya estaría allí, pero luego recordé que ella siempre llega tarde a todos lados así que traté de relajarme. La esperé con un cigarrillo encendido.

Pasaron veinte minutos de estar ahí y con dos tabacos menos en mi cajetilla, le marqué. Curioso, nunca le había llamado. Sentí raro.

—Bueno.

Me contestó una voz adormilada, la reconocí, era Mariana, su hermana dos años menor que ella.

—¿Mariana? Soy Jared, amigo de Gloria, ¿sabes si ya viene para acá o se quedó dormida?

—¿Estás jodiendo? Imbécil —su tono iracundo me incomodó de sobremanera.

—Es que quedamos de vernos en el viejo mirador, pero no ha llegado. ¿Se le olvidó el teléfono?

Se me hizo extraño que su hermana tuviera el celular, pero no le tomé mucha importancia.

—Estúpido, no es gracioso.

—Pues dile que queda pendiente la plática. Perdona por despertarte —claramente se había cabreado por eso.

Escuché que suspiró con pesadez. Cambió el tono cuando me preguntó:

—¿A qué horas hablaron?

—A eso de las cinco.

Ahogó la línea entre sollozos y lastimeros gemidos.

—¿Estás bien?

—Mira, Jared —me dijo cuando pudo recomponer la respiración, habló con dolor en la voz—, parece que no sabes.

—¿Saber qué?

—No te avisamos porque ustedes tenían mucho sin hablarse... A Gloria le dispararon hace una semana. Murió.

Colgó entre sollozos.

Sentí que el corazón se me detuvo. Mis músculos se agarrotaron y el aire dejo de fluir por mis pulmones. La visión se me nubló. Me mareé. Me recargué, casi dejándome caer, en el Neón.

De pronto mi mente unió puntos. Las imágenes me llegaron en ráfagas tan rápido que apenas podía seguirles el paso.

Hace una semana había leído en las noticias que unos maleantes fueron detenidos por haber disparado a unos chicos que, en medio de la fiesta, se habían ido a ver el amanecer; práctica muy común en la capital. A estos criminales se les hizo fácil asaltarlos, un chavo se defendió y empezaron a forcejear. En la contienda una muchacha salió herida, una bala le atravesó el estómago y falleció camino al hospital.

¿Cómo fui tan idiota para no leer los nombres? Aunque no sabía si habían publicado los nombres. La nota tenía una foto de archivo. Gloria y yo nos conocimos así, una noche de fiesta mis amigos y los suyos nos encontramos en ese mirador para ver el amanecer. Allí comenzamos a frecuentarnos. Un mes después conseguí trabajo de noche. A ella le quedó el gusto de ver el sol saliendo, casi siempre en domingo, me mandaba fotos...

Como pude me fui a mi casa...

Han pasado seis meses desde aquella mañana. Fui al cementerio para despedirme de ella. Lloré mucho, le dejé flores aunque en vida nunca le gustaron.

Su número fue dado de baja -según me dijo su hermana-, pero mi teléfono sigue sonando a la misma hora.

Casi nunca contesto, pero cuando lo hago sólo escucho lamentos. Me pone la piel chinita.


- J. A. Valenzuela

4 comentarios:

  1. -J. A. Valenzuela. excelente tu relato me encanta ésta clase de lectura, mis más sinceras felicitaciones hijo mío. Te amo❤

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  2. Con estas lecturas siempre me quedo con ganas de más, esperaré paciente el siguiente 😉

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