Era de noche y mi casa quedaba lejos, cruzando el río en la otra orilla del pueblo. Había ido a ver a mi novia, pero se me hizo tarde. Desde la media tarde estuvo lloviendo así que me esperé en su casa a que pasara la tormenta. Me tomé un café en compañía de su familia, al calor de la chimenea. Muy pronto hablamos de temas paranormales. Historias de aparecidos, fantasmas, animales raros y brujas.
La leyenda local, la sombra del río. Supuestamente, si pasabas por cierto vado en la noche, solo y sin linterna; una horripilante sombra aparecía y te pedía ayuda. Lo mejor era ignorarla y no desviar la mirada porque si te detenías te jalaba al agua para ahogarte.
Bere no quería que me fuera pues caía la noche, pero la lluvia paró y tuve que irme.
Apresuré los pasos tratando de esquivar los charcos. El camino estaba desierto y muy oscuro. Aunque la lluvia había pasado las nubes se quedaron en el cielo casi nocturno.
Las historias de terror son más creíbles en los pueblitos, sobre todo cuando es de noche y no hay ninguna casa cerca. Tu mente viaja por todo lo que has escuchado y allí, en esos momentos, todo puede ser real.
Los rumores de la sombra se fortalecían cada vez que aparecían cuerpos flotando en las orillas, atrapados en las ramas o piedras. Casi siempre eran los borrachitos del pueblo, para mí no había misterio: los vatos se quedaban dormidos y se ahogaban, así como pasaba en las vías. Todo por el alcohol.
La mayor parte del año el río se podía cruzar a pie por casi cualquier lugar, pero en épocas de lluvias la crecida lo volvía muy peligroso; así que todos conocíamos las diferentes alturas, caminos y pasos. Esta noche el río llegaba al pecho, más o menos y el puente quedaba demasiado lejos como para regresarme. Entorné la mirada, ya casi no había luz y no podía perder el tiempo al buscar otros caminos. Mi casa quedaba a escasos trecientos metros, "no seas cobarde" me dije. Se supone que no tenía miedo.
A unos diez metros a la izquierda del paso había un tronco de álamo, si saltaba podía treparme en él. Encendí la linterna del celular para ver mejor. Casi no tenía carga. Imposible. Lo había conectado en la casa de Bere y cuando salí estaba al 97 %. ¿Qué carajos pasó?
Decidí aprovechar la linterna para este tramo. Pasando el río no importaría mucho no ver con claridad. A pesar de llevar suéter comencé a sentir frío. La oscuridad me abrazó. El sonido del agua era hipnotizante, como si quisiera arrullarte.
Al subirme al tronco me mojé la punta de los tenis. Al sonido del agua fluyendo se le sumaron el croar de las ranas y la estridulación de los grillos así que me sentí menos solo. Avanzaba con cuidado, estaba resbaloso. Cuando llegué a la mitad del tronco la luz se apagó, mi celular se descargó por completo.
Me detuve. Me dio miedo.
Guardé el teléfono en el bolsillo. Me agaché muy lentamente -como un perro- para gatear sobre el tronco resbaloso.
Casi no veía nada, algún que otro destello de la corriente. Palpaba la humedad de la madera.
Nervios.
De pronto y para empeorar la situación, los sonidos de fondo se apagaron. Hasta dejé de escuchar el agua. El silencio me envolvió. Me preocupé. Pensé que venía una crecida. Según mis cálculos quedaban unos ocho metros para cruzar al otro lado. Si no recuerdo mal el tronco quedó junto a otros álamos así que tendría que agarrarme de las ramas para no caerme y de allí avanzar por la orilla hasta llegar a tierra firme.
Me apresuré. Cuando viene una crecida se escucha el zumbido del agua. Como un panal embravecido. Pero no. Silencio total. Sentí una presencia justo a mi lado. ¿Te ha tocado estar en la oscuridad y aun así percibir siluetas? Esta sombra era de una oscuridad densa, pesada... No era cualquier sombra, era la sombra.
Era como si una persona estuviera de pie en medio del río. Su cabeza sobresalía del agua. Me quedé petrificado, respirando descontroladamente mientras los ojos de eso se iluminaban con un chispeante color rojo. La luz de su mirada alcanzaba a definir una extraña boca abierta, pero no tuve el valor para ver más allá.
—Ayúdame, no sé nadar.
Escuché dentro de mi cabeza, su voz era lastimera y tenía un tono espeluznante que me erizó los vellos de la nuca.
No respondí, me quedé hipnotizado mirando fijamente ese par de ojos escarlata.
Sentí que mis dedos comenzaban a tocar el agua. Era como si me estuviera resbalando.
Estaba rígido, tenso. Continuaba hundiéndome poco a poco. Yo ni siquiera podía parpadear. Conforme el agua subía por mi mano y antebrazo los ojos de la sombra definían su propio rostro.
Una espantosa cara pálida y arrugada. Malvada.
De su frente se desprendía un trozo de piel que le colgaba del lado derecho.
Se me cerró la garganta, no podía respirar. Quise gritar. Solo pude toser bruscamente.
El rostro se iluminó más. Distinguí la boca, una boca en mueca diabólica decorada con dientes puntiagudos, llena de ramitas quebradas y hojas mojadas.
—Ayúdame, no sé nadar —escuché de nuevo.
Frío. El agua continuaba subiendo, ahora casi me llegaba al pecho. Mientras más me sumergía la sombra revelaba su cuerpo. Un cuerpo lleno de heridas, marcas y cortes en toda la piel. En su cuello una soga desecha en jirones.
Su mirada cargada de odio y placer. Macabra satisfacción de llevarme con ella.
Tenía el agua al cuello, literalmente. Iba a morir.
La sombra se acercó ubicándose a escasos centímetros, sentí su pútrido y frío aliento. Húmedo. Sus amoratados y cortados labios se posaron en los míos y justo cuando se me escapaba el último resuello unas luces alumbraron el río.
La sombra desapareció en menos de un parpadeo. En ese momento salí de la parálisis. Jadeé y tosí violentamente.
El tronco estaba a medio metro de mí. Como pude me aferré a él. Tenía el cuerpo tan pesado que apenas me pude mover. A duras penas trepé de nuevo al tronco y me tumbé boca abajo. Escupí agua sucia, La garganta me ardía como los mil demonios.
— ¡Hey! ¡Amigo!
Escuché a lo lejos. Una voz real.
Las luces me alumbraron al tiempo que se acercaban a mí. El conductor metió la troca al río acercándose lo más que pudo.
— ¡Súbete! —Me ordenó.
Como pude me arrastré por el tronco, subí a la llanta trasera y trepé por el panel frontal. Caí en el piso de la caja como si fuera un costal de papas.
Vi que el cielo se movió. La troca llegó a la orilla del río. El señor se bajó de la cabina y se subió a la caja.
— Carajo, Leonel ¿Estás bien?
Era mi vecino, estaba asustadísimo, pero no más que yo. Seguí tosiendo y sacando una baba viscosa. Levanté la mano como respuesta. El vecino decía muchas cosas, pero no le entendí, me concentré en respirar y recuperar fuerzas. Me ayudó a entrar en la cabina, me dio una cobija y puso la calefacción. Se cercioró que estuviera bien.
— ¿Qué pasó? ¿Estás tomado?
Negué con la cabeza.
— Te ves muy mal. Estas pálido. Vamos al centro de salud.
Sabía que ya estaba cerrado, pero el doctor vivía en el cuarto de al lado y creo que para una emergencia sí se podía despertar. Preferí no hacerlo. Lo peor había pasado, Además, no quería preocupar a mis padres.
— Estoy bien —mi voz sonaba como cuando te la pasas toda la tarde cantando o así, casi afónico—, gracias.
Se me quedó viendo esperando una explicación más convincente.
—Andaba con mi novia, se me hizo tarde. Estaba crecido —apunté al río—, así que decidí subir por ese tronco. Me resbalé.
El vecino entornó la mirada, todos conocíamos las historias del río y él creía mucho en esas cosas.
— ¿Seguro? ¿No viste nada?
—No —mentí y centré la mirada en mis brazos. No quería ver el río.
—Bueno, te llevo a tu casa.
Nadie dijo nada durante el trayecto. Llegamos. Le di las gracias y me bajé. Dejé la cobija en la cabina.
—Ten cuidado, no andes solo por las noches.
Asentí y agradecí otra vez. Entré a la casa. Mis padres estaban preocupados.
Mi madre me regañó por llegar tarde, no contestar el celular y por estar mojado. Repetí la historia que le conté al vecino. Me castigaron por ser irresponsable...
Han pasado muchos años de aquella noche en la que casi me ahogo. Cada cierto tiempo hay noticias de alguien que no corrió con la misma suerte que yo, otros que no pudieron ser salvados.
Nunca hablé de esto con nadie. Ahora vivo en otra ciudad y en ocasiones regreso a mi pueblo, pero nunca salgo solo de noche.
A veces, por las noches, veo esos ojos diabólicos y tristes. A veces escuchaba "ayúdame, no sé nadar" cuando me metía a una alberca, por eso no me gustan. Incluso tengo cierto miedo al sonido del agua cayendo cuando me baño por eso pongo música a todo volumen.
Hay noches que siento que me ahogo con mi propia saliva. Cuando sueño son esa cosa, la maldita sombra del río.
- J. A. Valenzuela
Me pareció muy bueno el relato. Felicidades y siguenos deleitando con más relatos de terror.👏👏👏👍👍
ResponderBorrar¡Muchas gracias! Pronto habrá actualizaciones.
BorrarExcelente relato, y sí, en los pueblos hay muchas historias que contar. Felicidades por seguir tus sueños, enhorabuena, toda la suerte del mundo.
ResponderBorrarEntre ellas las bolas de fuego, de luz y también historias de brujas o nahuales. ¡Muchas gracias por tus deseos, pero sobre todo por tu apoyo!
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ResponderBorrar:D
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