Panchita

 ¡Malditos doctores! —vociferó Julián— Namás no tienen pa´ cuando venir.

— Tate quieto, Julián —antes de que su marido pudiera responderle, Guillermina se adelantó a decir—, no vaya a ser que incomodes a la niña.

Julián, hombre de 32 años con la cara curtida, resultado de años trabajando al sol y viento helado, estaba molesto. De no ser porque la niña acababa de pasar por otro episodio de convulsiones...

Panchita, de cinco años enfermó dos semanas atrás y llevaba días en cama, débil y adormilada, a ratos consciente. Los tés de la yerba de la víbora, el laurel, manzanilla o yerbaniz dejaron de ayudar en ese resfrío cruel.

La niña empeoró.

Julián, su esposa Guillermina de 29, Francisca de 8 y Juliancito de 5; y su familia vivían en Orégachi, pequeño poblado de la Sierra Tarahumara de Chihuahua ubicado en los cerros altos, a una hora a pie de Guachochi -si había buen tiempo-.

En Guachochi había médicos. También había un mercado donde comprar y vender las cosechas. Frijol y maíz principalmente. Este año Julián sembró maíz y no levantó mucho, algunas mazorcas por aquí y allá. Por eso decidió vender la única chiva que le quedaba, no más leche durante mucho tiempo. Con "los centavos" que le dieron compraron una estufita para hacer la comida y calentar los dos cuartitos en los que vivían. También compraron gallinas para tener desayuno diario y guardaron el resto para tener un colchoncito para alguna emergencia.

Francisca o Panchita, como todos le decían de cariño, cayó a un arroyuelo casi congelado cuando regresaba de la casa de su tía María, le llevaba tortillas. A su tía no le iba bien y la familia está para apoyarse, decía su mamá.

Panchita se mojó la falda nueva que su madre le enseño a tejer, si la veía empapada y sucia se enojaría mucho, tanto que probablemente usaría la varita de jarilla con la que a veces los azotaba. Mamá era amorosa, pero muy estricta.

Aunque casi estaba helando, Panchita decidió quitarse la falda -por esa vereda no caminaba nadie- para ponerla entre dos ramas que llevó como estandarte, quizá se secaría un poco y su mamá no lo notaría. La niña caminó hasta su casa con el aire frío, sus piernitas y piecitos estaban muy helados. Sus labios se tiñeron de morado...

Esa noche estuvo a diez grados bajo cero, cayó una nevada de quince centímetros. A Panchita la atacó un resfriado -según pensó su mamá- muy fuerte. Ninguno de los tés calientes que le dieron para sudar (dicen que así "sale" la enfermedad).

Julián no tenía un burro mucho menos una troca. No podía ir a Guachochi por el doctor. Cuando alguien de Orégachi enfermaba de gravedad le pedía el favor a Don Cuco, era el único que tenía mueble, después le daban algún dinero para la gasolina; pero por desgracia la troca estaba en reparación y no se podía usar. También tenía celular, tenía tres días llamando al doctor Seferino. El temporal no dejaba entrar o salir nadie del pueblo. Las curvas cerradas de terracería se mantenían cubiertas de nieve y hielo.

Conforme Panchita se agravaba Julián se sentía impotente. No podía traer al doctor ni ayudar a su hija que sufría. Guillermina miraba con tristeza que su niña cada vez batallaba más para respirar, tenía sueño inquieto y no estaba tranquila, sudaba frío. La fiebre no cedía.

A veces su cuerpecito se estremecía, otras, se convulsionaba.

Panchita tenía neumonía. Una tan agresiva que atacó el sistema respiratorio como si se tratase de una carrera. Una neumonía en un sistema enclenque de una niña débil sin alcance al servicio médico.

Los medicamentos no llegan, los doctores no entran, pero las despensas en épocas de elecciones sí. Una comunidad sin servicios básicos donde los únicos caminos se usan para los camiones llenos de troncos talados o minerales preciosos extraídos de una tierra que no es suya. Es de ellos.

Una mañana amaneció muy frío, aire gélido que presagiaba la muerte. La rama de un árbol cedió al peso de la nieve y cayó en la esquina del techo haciendo un agujero en la lámina, otra rama quedó golpeando en otro lugar, meciéndose a un ritmo de réquiem. Tac, tac, tac. Entró la corriente del glacial aire quien se llevó una vida.

Guillermina lloró en silencio, Julián enojado con todos. Sobre todo, con Dios. "Maldito Dios -pensaba- ¿qué clase de Dios enfermo permitía que una niña sufriera?"

Juliancito estaba triste y callado, veía a su hermanita. Durante esos días se portó bien. No dio lata, ni gritó o corrió por la casa. A su tierna edad comprendía que algo iba terriblemente mal.

Tac, tac, tac.

La rama golpeando el costado de la casa acompañaba a los sollozos ahogados y el ruido del maldito aire.

Dejaron de escucharse el ronquido del pecho y la silbante respiración irregular. Momentos después, Panchita, aquella niña curiosa que quería descubrir los secretos del mundo, que gozaba al ver las mariposas en las flores y que reía casi siempre, se fue. Se quedó en silencio eterno.

Panchita dio su último respiro en un sábado de diciembre. La niña terminó en la cama, como si estuviera dormida.

Sus padres lo supieron de inmediato. El cuarto se quedó frío.

Tac, tac.

La nieve comenzó a caer.

Panchita murió y con ella una gran parte de Julián y Guillermina. Tac, tac, tac. El aire no se detuvo, la nieve tampoco; el corazón de Panchita sí.


- J. A. Valenzuela

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