Lobos y corderos (VI)

Capítulo VI: Cenizas y opiniones


Cobos

   El profesor regresaba de la tiendita escolar. Ya había terminado su desayuno y aun le quedaba media lata de soda por beber. Se había entretenido con Sarita, la señora que atiende.

     Ya no quedaba mucho por hacer, la mayoría de los alumnos se iban de pinta o sencillamente no asistían. Las "clases" no eran más que reuniones en las que se jugaba o veían películas, pero había un alumno que seguía asistiendo a su taller. Y ése era un problema, que el muchacho -su mejor promesa- asistiera al taller. En otros años, a estas alturas del curso, ya hubiera vendido los tanques de gas que guardaba. 

    El taller quedaba en una esquina alejada, cubierta por la fila de salones, solo tenía que abrir la puerta para que cargaran o descargaran los productos. Por suerte, ya tenía todos los tanques vendidos, solo faltaba que el muchacho no fuera, pero no le podía decir que se marchara. Cobos vendía los tanques de gas llenos. Así le demostraba al cliente que las válvulas funcionaban a la perfección. 

    Caminó por el angosto pasillo de arena en donde a los muchachos les gustaba practicar lucha, ese que dividía a los últimos salones y el taller de estructuras. Los chicos eran como jóvenes venados que miden sus fuerzas.

    El aroma fue lo primero que le avisó que algo no andaba bien. Levantó la vista y vio que la puerta del taller estaba cerrada. Sobre el susurro del aire se escuchaba su música, la sinfonía 40 de Mozart. Dio un paso más.

    Aterrado, vio como una enorme bola de fuego se elevaba por el aire, la explosión avanzó hacia él. La onda expansiva lo avienta directo al muro. El ambiente se llenó de aire caliente. Por un momento, sus pulmones parecieron llenarse con fuego.

    Confundido y asustado, con los oídos zumbándole, levantó la vista. Una gran parte del taller había desaparecido, la otra se consumía en llamas


Tragahumos

    La alarma sonó un minuto después de que alguna explosión interrumpiera la habitual calma de la comunidad. El rutinario trabajo de retirar panales de abejas -muy comunes en esta temporada- pasaría a último término y los pequeños incendios causados por cortocircuitos no volverían a ser protagonistas de las pláticas de los vecinos durante un buen tiempo.

    El capitán y su equipo, la brigada nueve, se terminaron de poner el uniforme. Subieron al camión cisterna. Rápidamente avisaron por radio a las dos unidades que estaban en recorrido. Avanzaron a toda velocidad con la sirena encendida por las callecitas hasta que llegaron al centro de la pequeña ciudad. El reporte decía que había un incendio en la secundaria. La misma en la que el capitán -y la mayoría de su equipo- habían estudiado.

    Siguieron la enorme columna de denso humo negro que se elevaba, contrastando con el cielo azul. Al llegar miraron al pequeño grupo de alumnos que estaba reunido a una distancia segura. Que solo sea un susto pensó con terror, lo único irrecuperable en las tragedias era la vida.

    La policía llegó al mismo tiempo que ellos. Justo detrás de los oficiales, se estacionaron un par de ambulancias. No se veía el taller de estructuras metálicas, pero sabían que debía estar allí. ¿Cuántas veces habían pasado a saludar al profe? En su lugar solo había una densa columna de humo y llamas que danzaban macabramente como si se estuvieran burlando de ellos.

    Al bajar del camión, el capitán alcanzó a escuchar que el profe, herido y lleno de humo, gritaba algo sobre un muchacho.


XHDPL 450 AM/90.3FM

(Edición vespertina, dos de la tarde de ése mismo día)

    El locutor principal esperó a que terminara de sonar el tema musical de las noticias. Miró el letreo que se iluminó de verde. "Al aire". Carraspeó. Era una noticia dura. Una vez que el Molusco, el amable y excelente operador de cabina, le anunciara que era la hora, habló con voz triste y solemne:

    —Buenas tardes, amable auditorio. Hoy es una tarde trágica, triste... Hemos recabado toda la información que nos ha sido posible. Leemos en varios periódicos digitales esta amarga noticia.


"Explosión en secundaria de Guadalupe

    Al filo de las once de la mañana la tranquilidad se vio interrumpida en la comunidad de Guadalupe. Los primeros informes hablan de un incendio producido en el taller de la mencionada escuela. Sin embargo, nuestros reporteros han entrevistado con el capitán de bomberos, Higinio Morales, quien menciona que el incendio fue causado por una explosión. <<Es muy pronto para dar respuestas, por el momento debemos asegurarnos de que el fuego está controlado (...)>>, pero sí, los vecinos nos han confirmado la explosión principal.

    Nos entrevistamos con paramédicos de la Cruz Roja, quienes nos han dicho que un profesor resultó herido y se encuentra fuera de peligro. Al preguntar si había víctimas mortales, dicen que no pueden hacer declaraciones al respecto, aunque un paramédico (quien nos pidió mantener el anonimato) asiente con los ojos llenos de lágrimas.

    Por el momento los alumnos fueron llevados a un punto de reunión. La comunidad estudiantil está conmocionada, con lágrimas que recorren sus rostros. Padres preocupados preguntan por sus hijos.

Desde esta redacción estaremos informando conforme transcurra la información, que nos llega a cuentagotas. Lo mantendremos informado."


    —A ver, la información que tenemos hasta el momento es que hubo una explosión que causó un incendio. Al menos un profesor lesionado. Los servicios de emergencia están trabajando en el área. ¿Está controlado el incendio?

    —Sí— le contesta su locutor compañero.

    —¿Te lo confirmaron?

    —No, en la misma nota lo dice.

    —¿En dónde? Ah, sí. Ya veo. Una disculpa, amigos, estas cosas me ponen muy nervioso. Usted sabe que... ¿Bueno? —se toca los audífonos— desde cabina me dicen que tenemos una llamada del auditorio. ¿La pasamos al aire?

    Se hacen las conexiones necesarias.

    —¿Bueno? — se escucha la voz de una señora visiblemente agitada.

    —Buenas tardes, está al aire —le informa el locutor— ¿Con quien hablo?

    —Buenas tardes, soy una vecina de la escuela. Mi casa queda al otro lado de la calle.

    —¿Usted vio algo?

    —Sí, mire, yo llamé a la policía. Estaba terminando de lavar los trastes y la ventana de mi cocina da a la esquina del taller. De hecho mi ventana se quebró.

    —¿Está herida?

    —Sí, tengo una cortada en el brazo, pero nada serio. El caso es que yo puedo decirle que sí han encontrado muertos.

    —¿Está segura? Señora, por favor, esto es algo muy delicado.

    —Yo lo sé. Por eso llamo. Mi esposo y yo vimos todo, de hecho, mi esposo trató de apagar el fuego. Vinieron forenses, esos que andan de blanco, contamos tres muer... tres cadáveres. Los metieron en esas bolsas negras y...

       La llamada se interrumpió por los llantos de la señora.

    —Tranquila, no se preocupe —el locutor carraspeó, estaba tratando de corroborar la información. No tenía motivo para mentir, pero, aun así.

    —Lo siento —continuó la señora un poco más compuesta— es que eran tan jóvenes...

    —¿Usted los vio, los reconoció? 

    —Nadie podría reconocerlos. Pero estamos seguros de que eran jóvenes. Maestros no.

    —¿Por qué no pudo haber sido ningún maestro?

    —Pues todos estaban ayudando a controlar a los muchachos —unos sollozos rompieron de nuevo, se logró controlar otra vez—, el único profesor herido fue Cobos...


(Edición matutina, ocho de la mañana, una semana después)

    La explosión en la secundaria de Guadalupe fue la noticia más importante durante la semana. Se confirmaron cuatro víctimas mortales. Algo realmente triste y lamentable, pero lo más macabro fueron las evidencias e hipótesis que aparecieron conforme pasó el tiempo.

    Tres de los cuerpos estaban maniatados y amarrados entre ellos. Tuvieron que ser reconocidos por los registros dentales. En las autopsias se reveló que sufrieron graves y fuertes lesiones. Un chico tenía un ojo destruido, la herida causada por un objeto punzocortante llegaba casi hasta el cerebro. Otro de ellos tenía una contusión en la cabeza que seguramente le produjo un sangrado interno, también tenía un pequeño orificio en el muslo derecho.

    Los radioescuchas se aterraban y asqueaban con cada nuevo y macabro detalle. Nunca antes hubo un caso así. Ese tipo de violencia entre muchachos era común en los colegios de Estados Unidos, esos atentados en los que algún alumno chiflado tomaba las armas de sus padres y hacía una masacre. De este lado de la frontera no era tan fácil conseguir armas.

    En los ataques del país del norte había muchas víctimas, aquí solo hubo tres inocentes. Lo de "solo" no debe confundirse con desinterés, al contrario, significaba que el maldito que lo había hecho iba directo por sus víctimas. El locutor pensaba esto y muchas cosas peores que no debía mencionar, o al menos, no de una forma tan directa. Él, como divulgador de información y -modestia aparte- líder de opinión, tenía cierta responsabilidad al momento de estar frente a los micrófonos.

    —Bueno, amigos, pasando a ámbitos más oscuros y tristes. Referente al incidente que ocurrió en la secundaria de Guadalupe. Y para cerrar este tema, por respeto a las familias —tomó un enorme y profundo respiro—, algo se tiene que hacer para evitar este tipo de situaciones. Este tipo de cosas suceden en Estados Unidos. A ver, si había un resquicio de, por decirlo de alguna manera, seguridad en las escuelas. Claro que nuestros jóvenes y niños se han ocultado cuando hay balaceras entre grupos criminales, pero dentro... esa es otra cosa. ¿A qué están expuestos nuestros adolescentes como para planear con esa sangre fría este tipo de...? No encuentro alguna palabra para describir estos actos enfermos. Amigos, por favor, pongamos atención a las señales de que algo va mal.

Estamos leyendo en los comentarios de nuestra trasmisión en vivo por internet y hay muchas personas que opinan sobre los videojuegos o las películas. Las canciones o series que hacen apología del delito... A ver, creo que es muy fácil echarles la culpa a todas esas cosas, pero pienso que los tiempos cambian y la culpa cambia al medio que está de moda. Antes, los culpables eran las películas violentas, luego dijeron que la televisión o la música rock, después fueron los videojuegos, las redes sociales o los narcocorridos. Es que le echamos la culpa a los factores de entretenimiento.

¿Y si dejamos de pensar que esos medios de entretenimiento son niñeras? A ver, son productos fabricados para vender y hay que saber y enseñarles a nuestros hijos a distinguir la realidad de la ficción. Si la culpa realmente fuera de esos productos, toda la sociedad fuera una carnicería, todos los consumidores estarían atacando unos a otros. Y no lo están, son un número ínfimo de los consumidores.

Tenemos una llamada del auditorio, sí, buenos días.

    —Hola, buenos días. Sí, mire, para decir algo que hasta el momento no se ha mencionado.

    —¿Nueva información? —preguntó interesado.

    —Pues no es nueva, pero es que hacen ver a ese muchacho como un sádico enfermo y...

    —Señora, disculpe que la interrumpa, pero cuando una persona hace algo así es obvio que no hay algo normal ¿Cómo se puede defender algo así?

    —No lo estoy defendiendo, digo que ese muchacho sufrió mucho, antes de hacer esas atrocidades.

    —¿Disculpe? ¿Está usted relacionada con él?

    —No, soy madre de una excompañera de ellos y prefiero permanecer en el anonimato.

    —Por supuesto.

    —Mi hija también tuvo problemas con los muchachos que fallecieron allí.

    —Los que fueron asesinados —corrigió con sutileza.

    —Sí, pero el muchacho que lo hizo fue víctima de ellos. Al menos durante mucho tiempo. Mi hija me contó, desde que entró allí los otros lo golpeaban y le hacían varias maldades.

    —¿Dice que las víctimas fueron victimarios? Y si fue así ¿en dónde estaban los profesores y padres de familia?

    —No quiero decir que haya sido inocente, pero es que los muchachos son tan violentos a veces, por ejemplo, yo tuve que cambiar a mi hija de ese salón porque tomaban sus cuadernos y se los destrozaban: le echaban jugos, escupitajos, agua sucia y otras cosas muy asquerosas. Se metían con mi hija sin ninguna razón en particular, y no solo a ellos, hay muchos padres de familia cuyos hijos también fueron víctimas de los chicos que estaban amarrados.

    —¿Quiere decir, que, a su criterio, las víctimas se lo buscaron? —preguntó el locutor sorprendido.

    —No creo que se merecieran eso, pero ellos abusaban de varios alumnos, de alguna manera, el muchacho se defendió.

    —Señora, por favor, hay que medir las palabras y ser conscientes de lo que decimos.

    El encargado de la cabina, a la orden del locutor, cortó la llamada mientras le avisa que están entrando varias llamadas y comentarios por la trasmisión en internet.

  —Amigos, estamos recibiendo muchas llamadas y retroalimentación. Esto no es cuestión de debate y aquí no vamos a faltar el respeto al dolor de los familiares. Este, desequilibrado, por decirlo de alguna manera, ha causado un estremecimiento en la sociedad. El peor acto violento perpetrado solo por el placer de lastimar... Un muchacho tortura a otros tres y después les prende fuego, el incendio deriva en una explosión. ¿Qué hacían en una escuela los tanques de gas? ¿Cómo es que tuvo todo el tiempo del mundo para hacer lo que hizo sin que nadie se enterara? Son preguntas a las que quizá nunca tengamos respuestas.

    Mientras las autoridades se echan la bolita de la responsabilidad los unos a otros, cuatro familias han sido destruidas. Hoy, ocho padres y madres lloran la ausencia de sus hijos. Solo Dios sabe lo que tengan en la cabeza y esta clase de personas... Volvemos después de estos comerciales.


FIN


Ésta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.


-J. A. Valenzuela

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